Historia del Blackjack Atlantic City

A Marcos Pereyra le gustaba jugar al Black Jack, pero lo había dejado. Como somos muy malas personas, lo enviamos a Atlantic City con viáticos, para que le vuelva el vicio. La primera vez que jugué en Atlantic City fue hace quince años, cuando vivía en Nueva York.

Era un sábado a la tarde y estaba aburrido. Agarré el auto a las tres y a las seis ya estaba sentado jugando al Black Jack. No me moví de ahí hasta las diez de la mañana del día siguiente.

Cada vez que lo cuento la gente se asombra: fue demasiado tiempo, incluso para mí. Cuando terminé de jugar estaba tan cansado que casi no podía moverme, pero decidí subirme al auto y hacer las tres horas de vuelta.

No me maté, pero me dormí y me detuvo la policía por exceso de velocidad, aunque no recuerdo en qué orden sucedieron las cosas.

Sí recuerdo lo otro: me juré no volver a Atlantic City. O, al menos, dejar que corriera el agua hasta hacer otro viaje. Estoy yendo a la ciudad por segunda vez.

Alguien en la revista estaba al tanto de esta anécdota de juego y me ofrecieron regresar ya no solo para apostar sino también para contarlo. Soy capaz de jugar hasta desmayarme así que en este caso tomo un colectivo: elijo un ómnibus llamado «Lucky Streak» que me sacará de Manhattan y me dejará en la boca del casino Ballys.

Entonces súbase a uno de nuestros autobuses Lucky Streak® y lo llevaremos directamente a las puertas de los casinos y resorts más populares del país» dice la página web que promueve los servicios.

Pero nunca es tan así. Mis compañeros de viaje no parecen estar pasando por un gran momento. La mayoría es de raza negra, aunque también hay un puñado de latinos —yo soy uno de ellos— y un chino.

Chicas como en la foto, ninguna. Igual no me importa: voy a jugar. Atlantic City está en el estado de Nueva Jersey. Para llegar desde Nueva York solo hay que cruzar el río Hudson a través de un puente o de algún túnel. El colectivo elige ir por debajo y lo primero que veo al salir a la superficie es un cartel que publicita servicios de abogados para las víctimas del Sandy: un huracán que integra el «top 5» de los más brutales de la historia de Estados Unidos, que el pasado mes de noviembre mató cientos de personas y que causó daños por decenas de miles de millones de dólares en más de veinte estados norteamericanos, principalmente Nueva York y Nueva Jersey.

Empiezo a recordar algunas cosas que leí y trato de imaginar entonces —mientras vamos por la carretera— cómo estará la ciudad. Pero el pensamiento se interrumpe por la voz de una pasajera que, como tantos otros, habla a los gritos por su celular.

No tiene vergüenza de mentir frente a nosotros; debe considerarnos pares. Me preguntan seguido qué es lo que me gusta tanto del juego. Al principio me molestaba porque la palabra «tanto» llevaba un juicio implícito: «¿No pensaste en buscar ayuda? Después maduré y ahora me río.

Aunque esta vez quiero buscar una respuesta. No para los otros: para mí. Quizás este viaje también sirva para eso.

No me acuerdo de la primera vez que pisé un casino. Pero sí sé que a los catorce años fui a un hipódromo y que el concepto «juego» me pareció agradable. En aquella oportunidad me dejaron apostar y por supuesto gané. Uno siempre gana al principio. Luego crecí, a los dieciocho años conocí el primer casino —fue en Mar del Plata— y de ahí en más, jugué.

Incluso hasta sufrir algún inconveniente. Una vez perdí toda la plata de mis vacaciones al tercer día de haber llegado y tuve que estar mendigando el resto del mes.

Otra vez quise cruzar una frontera entre Estados Unidos y Canadá para ir a un casino de Windsor, pero lo hice sin visa y terminé esposado. Volví en auto hasta mi hotel, con dos móviles policiales escoltándome en la ruta. Miro, ahora, la ruta que me lleva a Atlantic City.

Es lisa y previsible: no hay señales del huracán. Pero una vez en la ciudad empiezan a aparecer montículos de madera prolijamente apilados: alguna vez fueron casas. Es como si el lobo de «Los tres chanchitos» hubiera soplado y soplado hasta destruirlas y después alguien se hubiera tomado el trabajo de ordenar todo.

Hay montañas así casi por todas partes, pero —a medida que avanzamos— veo que no en el centro. Ahí se ve otra cosa. El centro de Atlantic City recuerda a esas películas donde cae una bomba química que mata gente pero no edificios. La rambla, por ejemplo, sorprende. La costanera es famosa por ser la primera construida en Estados Unidos —a fines del siglo diecinueve— y por haber sido destruida en tres oportunidades, siempre por huracanes.

Sin embargo, a pocos meses del desastre se la ve intacta. También están intactos los doce casinos que fueron construidos frente a ella. El micro se detiene en el estacionamiento del Trump Plaza: una mole llena de neones, arabescos y notable mal gusto.

Bajo, enciendo un cigarrillo y un portero llamado Kevin dice en español que pase, que puedo fumar adentro. Le pregunto qué ocurrió con el huracán: dónde está, dónde estuvo. Mi casa se salvó pero la de mi suegra no. La tengo viviendo conmigo, tú sabes. Kevin explica que los casinos estuvieron sin actividad durante una semana.

Es la primera vez desde —cuando se abrió el primer casino en Atlantic City— que cierran por tanto tiempo. Hubo otras anteriores, pero nunca tan largas y con semejante pérdida.

Las cifras —sabré después— fueron dadas por Tony Rodio, presidente del casino Tropicana y jefe de la Asociación de Casinos de Nueva Jersey: el huracán Sandy hizo que los casinos de la rambla perdieran cada uno cinco millones de dólares diarios.

Por eso la presión de los dueños por abrir era muy alta, aun en el medio de la emergencia. Y hay gente que hubiera venido igual, you know, aun con el agua tapándoles la casa y los carros dados vuelta por ahí. Entro y el casino está muerto. Todas las luces están prendidas, pero nada de esto se parece a lo que vi hace quince años.

Antes del Sandy, Atlantic City era un exceso. No es pura sensación: hay una infinidad de estudios que hablan del juego como industria floreciente en Estados Unidos. Uno de ellos, llamado «Impactos sociales de los negocios de juegos con apuestas» —y publicado por la Universidad Nacional de México— dice dos cosas: que en Estados Unidos la industria representa un mercado superior a los sesenta mil millones de dólares anuales, y que los estadounidenses gastan más en juegos de apuestas que en idas al cine y parques temáticos.

En lo que refiere a Atlantic City, en mayo de un informe de la Universidad Rutgers analizó cuánto dinero había entrado a la ciudad en fueron más de siete mil millones de dólares que salieron de los bolsillos de casi treinta y cinco millones de turistas. En cualquier caso, eso ya no se ve.

Donde antes había risas ahora solo hay ruidos de tragamonedas vacías generando un eco infinito. Antes de avanzar voy a la recepción del hotel.

Estoy más viejo que la primera vez y en algún momento voy a necesitar un cuarto donde tirarme un rato. Me toca el , en el piso diecinueve. La habitación tiene vista a la playa y a la ciudad. También se ve el cartel de neón que dice «Trump Plaza»: tiene algunas letras quemadas.

Me acuerdo del huracán y pienso que puede ser por eso, pero no me detengo mucho más. Me saco la campera, los calzoncillos largos hay temperaturas bajo cero , el gorro y los guantes, y salgo. Es tiempo de casino. Una vez en la sala la primera impresión es rara. Están todas las luces encendidas y todos los ruidos en orden, pero sigue faltando la gente.

Las mesas están vacías y las ruletas no giran. Parece un casino fantasma y hay que avanzar bastante para encontrar movimiento. A los cien metros, finalmente, llega la parte activa de este asunto.

Y empiezo a jugar. Lo mío es el Black Jack: uno de los pocos juegos de casino donde es importante no solo cómo juegues, sino también cómo lo hagan tus compañeros. Las reglas y los detalles son muchos, pero alcanza con entender lo siguiente: se juega con cartas abiertas a la vista y todos tenemos que ganarle a la banca, es decir: sumar más que el crupier —quien también juega— pero sin pasarnos de veintiún puntos.

Si el crupier pierde porque se pasó de veintiuno, ganamos todos. Si el crupier pierde porque un jugador se plantó —y tiene más puntos que la banca— gana ese jugador en especial.

Y si el crupier gana —porque tuvo suerte o gracias al error de un jugador— eso impacta en toda la mesa: todos perdemos.

Por esta razón, y a grandes rasgos, tener un buen compañero de Black Jack es maravilloso todos nos aliamos para hundir a la banca y ganar por igual y tener un mal compañero es una tortura: si alguien gana de modo individual o no se queda «quieto» hasta que la banca pierda sola, eso tiene una consecuencia directa en tu bolsillo.

También por eso me gusta el Black Jack: uno juega contra el casino, pero sobre todo juega contra la inoperancia y el individualismo de los otros.

La vida misma, digamos, metida en un juego de azar. Me siento en una mesa y prendo un cigarrillo. Los casinos son el único lugar de Estados Unidos donde se puede hacer eso sin que te saquen a patadas.

No te olvides de pasear por la rambla. Es hermosa aun en invierno —dice la crupier. Nunca escuché algo así. Los crupiers —también llamados «pagadores» o «dealers»— han cambiado: se muestran más relajados, como si —quizás luego del Sandy— tuvieran menos necesidad de hacer plata para el casino y más de relacionarse con los jugadores.

Hablan, hacen chistes, dan consejos y hacen todo con lentitud. La situación al principio es agradable, pero después se vuelve irritante. A veces tardan casi diez segundos en sumar cuatro o más cartas, lo que es pésimo para la ansiedad de los que, como yo, las cuentan más rápido.

Ocho más cuatro doce, más tres quince y más cuatro diecinueve —le digo a una crupier antes de que empiece a usar los dedos.

Tiempo atrás leí que los casinos estaban empezando a buscar chicas que fueran agradables a la vista. Y que en el proceso se habían deshecho de cualquiera que tuviera algo de oficio. Eso molesta. Por suerte tengo conmigo a Elisha: mi compañera de mesa, una negra que conoce el juego.

Con Elisha nos entendemos pronto. Siempre me pasa lo mismo. No importa en qué país esté o qué idioma se hable, entro y en el acto sé qué debo hacer y cómo, y con quién debo jugar y por qué.

Al fin y al cabo en una mesa de Black Jack —mi juego— solo hay que saber hacer dos señas: un dedo arriba de la mesa para pedir cartas y un movimiento con la palma de la mano para no hacerlo. Eso es lo único que quieren los casinos de vos.

Eso y tu plata. Elisha sabe cuándo pedir y cuándo quedarse, aunque eso no es garantía de que vaya a ganar. De hecho, Elisha está perdiendo. Yo empiezo despacio. Me prometí no jugar fuerte y no traje demasiada plata. El problema es que no paro de ganar y me la paso pensando en el dinero que tendría si hubiera puesto plata en serio.

A mi lado Elisha sigue perdiendo, aunque lo hace con gracia. Elisha me cae bien. Me pregunta de dónde soy, qué es Argentina, dónde queda.

Y finalmente pregunta por qué estoy jugando en este casino de mierda. Le doy alguna razón vaga. Ella da las suyas. Si no, no jugaría jamás en este casino racista. El fenómeno de las tarjetas lo vi antes. Los casinos te dan puntos por la plata que jugás o el tiempo que permanecés sentado en una mesa, y esos puntos son intercambiables por distintos premios.

En Panamá, por ejemplo, se llega al colmo del absurdo: el casino te devuelve el 0,5 por ciento del dinero que jugaste. Es decir que si perdiste mil dólares recuperás veinticinco. Esto es muy útil en los lugares donde hay muchos casinos porque genera fidelidades tales como la de Elisha, quien pese a odiar a Donald Trump está sentada y alimentando su mundo el de Trump.

El origen del odio está en la pelea entre Obama y Trump. El magnate siempre dudó de que Obama hubiera nacido y estudiado en Estados Unidos, a tal punto que ofreció donar cinco millones de dólares a la obra de caridad que Obama eligiera si el presidente mostraba su pasaporte y sus registros de la universidad.

Con la llegada del Sandy —que tuvo lugar una semana antes de los comicios presidenciales— Trump dijo que extendería su apuesta un día más porque seguramente Obama, con tal de ganar las elecciones, estaría parado bajo la lluvia y entregando dinero compulsivamente a las víctimas del huracán.

Luego sigue en su escalada de insultos hasta que recibe un Black Jack servido y la furia se disipa. Ahora todos podemos charlar en paz. Entre tanto llega a la mesa una nueva crupier llamada Zina. Creo que habla español, aunque parece no querer hacerlo. Elisha le habla del Sandy y Zina responde que el huracán le arruinó la vida.

Su casa fue destruida y está viviendo en lo de unos amigos, junto con sus dos hijos. El Sandy destruyó casas, pero sobre todo —puede verse— hizo pedazos el ánimo de mucha gente.

En Atlantic City, donde la mayor parte del turismo está vinculado a los casinos, el cierre temporal de las casas de juegos impactó de un modo drástico en la vida urbana.

Los casinos tienen menos gente y los turnos de los empleados fueron reducidos. La charla se interrumpe cuando Tom y Eileen llegan a la mesa. Son dos americanos de unos cincuenta años, rubios y de ojos celestes.

Eileen es ruidosa, alegre y no tiene la más remota idea de cómo jugar al Black Jack. La banca tiene malas cartas y está a punto de perder, pero Eileen —en vez de dejarla perder, así ganamos todos— pide cartas de un modo frenético. Acá te dan las bebidas que quieras; solo hay que dejar un dólar cada tanto en la bandeja de las mozas.

Lo increíble es que Eileen, borracha como está, gana. Y lo terrible es que Elisha y yo perdemos. Eso no nos pasa una, sino varias veces. Pronto entiendo que las decisiones de Eileen van a matarme. Empiezo a jugar el mínimo en cada mano y a tratar de que pase la tormenta.

Elisha en cambio tiene una postura más agresiva y quiere recuperar lo perdido apostando cada vez más. Elisha está nerviosa, no para de hablarme. Eileen y Tom están en su pequeño mundo y no dan señales de haber escuchado a Elisha, aun cuando mi compañera habla a los gritos.

En media hora Eileen ha ganado quinientos dólares, yo perdí más de la cuenta y de Elisha mejor no hablar. Mientras tanto me entero de que es la primera vez que Eileen pisa un casino, de que administra un campo de golf y de que conoció a Tom —que es de Texas— por internet.

Eileen vive en Connecticut, a más de dos mil kilómetros de Tom. Dos minutos después el microclima Tom-Eileen se deteriora y ahora estamos todos callados. Posteriormente obtuvo un MBA en Harvard.

Trabajó como vicepresidente de una fuerte compañía en San Francisco. Según se cuenta, en una partida de póquer , Al Francesco le contó que había formado un equipo para contar cartas en el blackjack y abandonó todo para unirse al serle propuesto. El equipo de contadores al principio de la década de los setenta actuó durante varios años en los casinos de Las Vegas obteniendo unas ganancias que se estiman en cientos de miles de dólares.

Por diferencias surgidas entre Francesco y Uston, los casinos llegaron a conocer la existencia del equipo, y se le prohibió la entrada a los componentes. En se autoriza el juego en Atlantic City , y Uston forma un nuevo equipo dirigido por él, logrando esta vez ganancias que se cuentan por millones de dólares.

Por fin fueron descubiertos, y se les prohibió la entrada a los casinos, no solamente en Estados Unidos, sino también en buena parte del mundo. Uston recurrió esta forma de proceder de los casinos, demandándolos en los tribunales.

Gracias a esta demanda, el Tribunal Supremo del estado de Nueva Jersey dictaminó que el conteo de cartas , al ser solo una ventaja obtenida con la mente humana, sin intervención de dispositivos electrónicos ni otras ayudas, no podía ser prohibido por los casinos de Atlantic City.

Esto representó un gran triunfo para Uston, pero fue considerado por la mayoría de contadores de blackjack como un grave perjuicio para sus intereses, ya que los casinos de Atlantic City, al no poder expulsar a los contadores, endurecieron las condiciones del juego.

Después de esto, Uston continuó jugando en solitario, y recurriendo a disfraces para no ser conocido en los casinos, llegando a ser también maestro en el arte del disfraz. Uston es considerado por la mayoría de profesionales en el arte del conteo de cartas , el mejor jugador de la historia del blackjack.

Retirado del juego activo escribió dos libros en los que dejó reflejados sus conocimientos, Million Dollar Blackjack y Ken Uston On Blackjack , en los que detalla los métodos para ganar al blackjack que le hicieron famoso. También es autor de varios libros dedicados a los videojuegos. El 19 de septiembre de , fue encontrado muerto, al parecer en extrañas circunstancias, en un apartamento alquilado en el que vivía en París.

La versión oficial no obstante, es que murió de un ataque al corazón. Contenidos mover a la barra lateral ocultar. Artículo Discusión.

En , el periodista Mark Bowden de The Atlantic contó la historia del apostador estadounidense Don Johnson, quien ganó más de $15 millones en La primera vez que jugué en Atlantic City fue hace quince años, cuando vivía en Nueva York. Era un sábado a la tarde y estaba aburrido. Agarré el auto a las Su origen viene de la ciudad que le da nombre, Atlantic City, donde se ha convertido en una de las modalidades preferidas de los jugadores de los casinos que

Historia del Blackjack Atlantic City - The issue of casino gambling first appeared on a ballot for New Jersey voters on November 5, This initial referendum was defeated in 19 of New En , el periodista Mark Bowden de The Atlantic contó la historia del apostador estadounidense Don Johnson, quien ganó más de $15 millones en La primera vez que jugué en Atlantic City fue hace quince años, cuando vivía en Nueva York. Era un sábado a la tarde y estaba aburrido. Agarré el auto a las Su origen viene de la ciudad que le da nombre, Atlantic City, donde se ha convertido en una de las modalidades preferidas de los jugadores de los casinos que

On March 16, , the casinos were forced to close temporarily due to the COVID pandemic. A number of books have been written examining the early and ongoing results of Atlantic City's experiment with gambling. These include:. Cialella, Edward Charles.

Casino Gambling in New Jersey: A Case Study of Predictions. D dissertation, Temple University, Examines the early outcome of predictions made by proponents and opponents of gambling legalization. Demaris, Ovid. The Boardwalk Jungle.

New York: Bantam, Looks at organized crimes attempts to hijack Atlantic Citys nascent casino industry. Mahon, Gigi. The Company that Bought the Boardwalk: A Reporters Story of How Resorts International Came to Atlantic City.

New York: Random House, Story of the first casino to open in Atlantic City, with extensive background on efforts to legalize gambling in New Jersey. Pollock, Michael. Hostage to Fortune: Atlantic City and Casino Gambling. Princeton, NJ: Center for Analysis of Public Issues, Overview of the combined impact of casino gambling and organized crime on Atlantic City.

City politics and casino management are also examined. Sternlieb, George and Hughes, James W. The Atlantic City Gamble. A Twentieth Century Fund Report. Cambridge, MA: Harvard University Press, Authors present the case that, in the first five years, the social and economic impact of casino gambling failed to live up to its promise.

Teski, Marea, et al. A City Revitalized. The Elderly Lose at Monopoly. Lanham, MD: University Press of America, Study of the "social dislocation and personal hardship connected with the revitalization" of Atlantic City following the legalization of casino gambling.

By the year , there were seven permanent dwellings on the island, all but one which were owned by descendants of Jeremiah Leeds.

Jonathan Pitney, a prominent physician who lived in Absecon, felt that the island had much to offer, and even had ideas of making the island a health resort but access to the island had to be improved. Pitney, along with a civil engineer from Philadelphia, Richard Osborne, had the idea to bring the railroad to the island.

In , construction began on the Camden-Atlantic City Railroad. Atlantic City was becoming a bustling seaport, but along with the increasing number of sailing vessels, came an increasing number of tragic wrecks off the coast.

One of the most tragic was the sinking of the Powhattan, a vessel carrying German immigrants, which sank on April 16, For days, bodies washed up on the shoreline. Because it was impossible to identify the dead, 54 bodies were buried in a mass grave in the cemetery at the Smithville Methodist Church, and 45 bodies were buried in Absecon.

At the urging of Dr. Pitney, a lighthouse was erected in , and turned on one year later. The first official road from the mainland to the island was completed in , after 17 years of construction.

The first free road was Albany Ave. At this point massive hotels like the United States and the Surf House, as well as smaller rooming houses, had sprung up all over town. The first commercial hotel, the Belloe House, was located at Massachusetts and Atlantic Ave.

and operated from until The United States Hotel took up a full city block between Atlantic, Pacific, Delaware, and Maryland the current site of the Showboat Parking lot.

These grand hotels were not only impressive in size, but featured the most updated amenities, and were considered quite luxurious for the time. In , Alexander Boardman, a conductor on the Atlantic City-Camden Railroad, was asked to think up a way to keep the sand out of the hotels and rail cars.

Boardman, along with a hotel owner Jacob Keim, presented an idea to City Council. This first Boardwalk, which was taken up during the winter, was replaced with another larger structure in On June 16, , Atlantic City was formally opened. With fanfare the likes few in the area had seen, a resort was born.

On Sunday September 9, , a devastating hurricane hit the island, destroying the boardwalk. Most of the city was under 6 feet of water, and the ocean met the bay at Georgia Ave. By the census of , there were over 27, residents in Atlantic City, up from a mere just 45 years before.

These cottages were elaborate story private homes, many the summer homes of prominent doctors and businessmen from Philadelphia. Beautifully coifed lawns and magnificently decorated interiors made these homes a symbol of the glory days of the city.

At the same time, along the boardwalk, amusement piers began popping up.

Historia del Blackjack Atlantic City - The issue of casino gambling first appeared on a ballot for New Jersey voters on November 5, This initial referendum was defeated in 19 of New En , el periodista Mark Bowden de The Atlantic contó la historia del apostador estadounidense Don Johnson, quien ganó más de $15 millones en La primera vez que jugué en Atlantic City fue hace quince años, cuando vivía en Nueva York. Era un sábado a la tarde y estaba aburrido. Agarré el auto a las Su origen viene de la ciudad que le da nombre, Atlantic City, donde se ha convertido en una de las modalidades preferidas de los jugadores de los casinos que

Es hermosa aun en invierno —dice la crupier. Nunca escuché algo así. Los crupiers —también llamados «pagadores» o «dealers»— han cambiado: se muestran más relajados, como si —quizás luego del Sandy— tuvieran menos necesidad de hacer plata para el casino y más de relacionarse con los jugadores.

Hablan, hacen chistes, dan consejos y hacen todo con lentitud. La situación al principio es agradable, pero después se vuelve irritante. A veces tardan casi diez segundos en sumar cuatro o más cartas, lo que es pésimo para la ansiedad de los que, como yo, las cuentan más rápido.

Ocho más cuatro doce, más tres quince y más cuatro diecinueve —le digo a una crupier antes de que empiece a usar los dedos. Tiempo atrás leí que los casinos estaban empezando a buscar chicas que fueran agradables a la vista. Y que en el proceso se habían deshecho de cualquiera que tuviera algo de oficio.

Eso molesta. Por suerte tengo conmigo a Elisha: mi compañera de mesa, una negra que conoce el juego. Con Elisha nos entendemos pronto.

Siempre me pasa lo mismo. No importa en qué país esté o qué idioma se hable, entro y en el acto sé qué debo hacer y cómo, y con quién debo jugar y por qué. Al fin y al cabo en una mesa de Black Jack —mi juego— solo hay que saber hacer dos señas: un dedo arriba de la mesa para pedir cartas y un movimiento con la palma de la mano para no hacerlo.

Eso es lo único que quieren los casinos de vos. Eso y tu plata. Elisha sabe cuándo pedir y cuándo quedarse, aunque eso no es garantía de que vaya a ganar. De hecho, Elisha está perdiendo. Yo empiezo despacio. Me prometí no jugar fuerte y no traje demasiada plata. El problema es que no paro de ganar y me la paso pensando en el dinero que tendría si hubiera puesto plata en serio.

A mi lado Elisha sigue perdiendo, aunque lo hace con gracia. Elisha me cae bien. Me pregunta de dónde soy, qué es Argentina, dónde queda. Y finalmente pregunta por qué estoy jugando en este casino de mierda. Le doy alguna razón vaga. Ella da las suyas.

Si no, no jugaría jamás en este casino racista. El fenómeno de las tarjetas lo vi antes. Los casinos te dan puntos por la plata que jugás o el tiempo que permanecés sentado en una mesa, y esos puntos son intercambiables por distintos premios. En Panamá, por ejemplo, se llega al colmo del absurdo: el casino te devuelve el 0,5 por ciento del dinero que jugaste.

Es decir que si perdiste mil dólares recuperás veinticinco. Esto es muy útil en los lugares donde hay muchos casinos porque genera fidelidades tales como la de Elisha, quien pese a odiar a Donald Trump está sentada y alimentando su mundo el de Trump.

El origen del odio está en la pelea entre Obama y Trump. El magnate siempre dudó de que Obama hubiera nacido y estudiado en Estados Unidos, a tal punto que ofreció donar cinco millones de dólares a la obra de caridad que Obama eligiera si el presidente mostraba su pasaporte y sus registros de la universidad.

Con la llegada del Sandy —que tuvo lugar una semana antes de los comicios presidenciales— Trump dijo que extendería su apuesta un día más porque seguramente Obama, con tal de ganar las elecciones, estaría parado bajo la lluvia y entregando dinero compulsivamente a las víctimas del huracán.

Luego sigue en su escalada de insultos hasta que recibe un Black Jack servido y la furia se disipa. Ahora todos podemos charlar en paz. Entre tanto llega a la mesa una nueva crupier llamada Zina. Creo que habla español, aunque parece no querer hacerlo. Elisha le habla del Sandy y Zina responde que el huracán le arruinó la vida.

Su casa fue destruida y está viviendo en lo de unos amigos, junto con sus dos hijos. El Sandy destruyó casas, pero sobre todo —puede verse— hizo pedazos el ánimo de mucha gente. En Atlantic City, donde la mayor parte del turismo está vinculado a los casinos, el cierre temporal de las casas de juegos impactó de un modo drástico en la vida urbana.

Los casinos tienen menos gente y los turnos de los empleados fueron reducidos. La charla se interrumpe cuando Tom y Eileen llegan a la mesa. Son dos americanos de unos cincuenta años, rubios y de ojos celestes. Eileen es ruidosa, alegre y no tiene la más remota idea de cómo jugar al Black Jack.

La banca tiene malas cartas y está a punto de perder, pero Eileen —en vez de dejarla perder, así ganamos todos— pide cartas de un modo frenético. Acá te dan las bebidas que quieras; solo hay que dejar un dólar cada tanto en la bandeja de las mozas.

Lo increíble es que Eileen, borracha como está, gana. Y lo terrible es que Elisha y yo perdemos. Eso no nos pasa una, sino varias veces. Pronto entiendo que las decisiones de Eileen van a matarme.

Empiezo a jugar el mínimo en cada mano y a tratar de que pase la tormenta. Elisha en cambio tiene una postura más agresiva y quiere recuperar lo perdido apostando cada vez más.

Elisha está nerviosa, no para de hablarme. Eileen y Tom están en su pequeño mundo y no dan señales de haber escuchado a Elisha, aun cuando mi compañera habla a los gritos. En media hora Eileen ha ganado quinientos dólares, yo perdí más de la cuenta y de Elisha mejor no hablar. Mientras tanto me entero de que es la primera vez que Eileen pisa un casino, de que administra un campo de golf y de que conoció a Tom —que es de Texas— por internet.

Eileen vive en Connecticut, a más de dos mil kilómetros de Tom. Dos minutos después el microclima Tom-Eileen se deteriora y ahora estamos todos callados. Elisha sonríe. Tom trata de remar el clima tenso y me pregunta de dónde soy. Frente a mi respuesta grita «Manu Ginóbili» tres veces, mostrando una alegría que no siente.

La mesa me deprime y quiero irme. Saber retirarse a tiempo es una virtud, aunque en los casinos se practica poco. No festejar una buena mano antes de haber ganado; y nunca —jamás— apostar fuerte cuando uno está enojado. Me levanto de la mesa con mal humor y con hambre.

Me hago diez minutos para tragar una pizza y —sin terminar la segunda porción— decido cambiar de aire y de casino. Queda a pocos metros de acá, también sobre la rambla.

Sigue haciendo frío pero no me quejo. Tuve viajes más difíciles hasta un casino. Hace unos años vivía en Ann Arbor, una ciudad universitaria en el estado de Michigan, mi mujer había viajado y yo —una vez más— estaba aburrido y sin saber a dónde ir.

A unos cuarenta kilómetros, cruzando el límite con Canadá, estaba la ciudad de Windsor, repleta de casinos.

Llegué a la frontera de noche y con la visa vencida, pero con la esperanza de que —si fingía bien el idioma— tal vez me trataran como a un gringo y no me pidieran documentos. Salió mal. Me pidieron el pasaporte, me hicieron pasar a una oficina y me explicaron amablemente que mi visa había expirado.

Yo intentaba asentir con docilidad. Pero a lo lejos titilaban los casinos —podía ver las luces desde la ventana del despacho policial— y algo de eso me hizo perder la paciencia. Todo cambió. El oficial tocó algún botón y en el acto dos policías se acercaron para esposarme.

Luego me escoltaron hasta mi auto, donde removieron mis esposas mientras otros policías miraban todo con las manos pegadas a las armas en la cintura.

El trayecto hacia Detroit —la ciudad americana más cercana— lo hice solo en el auto, pero con dos patrulleros a mis espaldas. Diez minutos después estoy sentado en otra mesa de Black Jack.

Acá solo hay una mujer negra llamada Ann. Pienso que este puede ser un nuevo comienzo, hasta que quince minutos después llegan Tom y Eileen. De los veinte casinos que hay en todo Atlantic City, de los doce que hay sobre la rambla y de las no sé cuántas mesas de Black Jack que hay en la ciudad, Tom y Eileen eligieron venir a jugar acá.

Están eufóricos. Hablan a gritos con los dos crupiers Jerry y Dan y beben y festejan todo el tiempo. A mi derecha sigue Ann, quien no para de fumar mis cigarrillos mientras le pregunta a la encargada de la mesa cuánto falta para que le den los suyos. Aparentemente su premio por jugar es tabaco, y ella lo necesita ahora.

La empleada se va sin responderle. Ann juega manos de cincuenta dólares y los cigarrillos valen ocho. Quiero gritarle que compre sus putos cigarrillos en lugar de fumar los míos y que dejemos de hablar del tema y sobre todo que deje de pedir cartas como una imbécil: estoy perdiendo plata, más de lo que tenía pensado.

Pero cuando estoy a punto de estallar llega el momento incorrecto. Sobre la mesa, Eileen —la novia de Tom— dobla la apuesta y necesita una figura para ganarle a la banca y para que eventualmente ganemos todos. Las figuras son los 10, los 11 y los 12 y uno puede referirse a ellas con la palabra «monkey» mono.

Todos los asiáticos lo dicen y no paran de ganar —le insiste Ann, pero Eileen está luchando contra sí misma y se niega rotundamente. Yo tengo bastante plata arriba de la mesa y siento que esta discusión me está dejando seco.

Todos menos yo, porque me paso y pierdo la mano. Estoy de pésimo humor. Va a ser mejor irme mientras me queden dólares y cigarrillos, así que me pongo de pie. Todos protestan, en especial Eileen y Tom: piensan que somos algo así como hermanos de sangre por haber compartido dos mesas de Black Jack.

Si yo hubiera tomado tanto como ellos quizá pensaría lo mismo. El equipo de contadores al principio de la década de los setenta actuó durante varios años en los casinos de Las Vegas obteniendo unas ganancias que se estiman en cientos de miles de dólares.

Por diferencias surgidas entre Francesco y Uston, los casinos llegaron a conocer la existencia del equipo, y se le prohibió la entrada a los componentes.

En se autoriza el juego en Atlantic City , y Uston forma un nuevo equipo dirigido por él, logrando esta vez ganancias que se cuentan por millones de dólares. Por fin fueron descubiertos, y se les prohibió la entrada a los casinos, no solamente en Estados Unidos, sino también en buena parte del mundo.

Uston recurrió esta forma de proceder de los casinos, demandándolos en los tribunales. Gracias a esta demanda, el Tribunal Supremo del estado de Nueva Jersey dictaminó que el conteo de cartas , al ser solo una ventaja obtenida con la mente humana, sin intervención de dispositivos electrónicos ni otras ayudas, no podía ser prohibido por los casinos de Atlantic City.

Esto representó un gran triunfo para Uston, pero fue considerado por la mayoría de contadores de blackjack como un grave perjuicio para sus intereses, ya que los casinos de Atlantic City, al no poder expulsar a los contadores, endurecieron las condiciones del juego.

Después de esto, Uston continuó jugando en solitario, y recurriendo a disfraces para no ser conocido en los casinos, llegando a ser también maestro en el arte del disfraz.

Uston es considerado por la mayoría de profesionales en el arte del conteo de cartas , el mejor jugador de la historia del blackjack. Retirado del juego activo escribió dos libros en los que dejó reflejados sus conocimientos, Million Dollar Blackjack y Ken Uston On Blackjack , en los que detalla los métodos para ganar al blackjack que le hicieron famoso.

También es autor de varios libros dedicados a los videojuegos. El 19 de septiembre de , fue encontrado muerto, al parecer en extrañas circunstancias, en un apartamento alquilado en el que vivía en París.

Beat the Dealer libro del Dr. Thorp, publicado por primera vez en : libro best seller sobre la estrategia básica del blackjack, el recuento de cartas y las experiencias del Dr. Thorp para probar sus teorías académicas en los casinos, con el aporte de jugadores de casino experimentados que proporcionaron consejos y financiaron la investigación.

Una combinación del análisis y las estrategias de Uston con aventuras de casino. Bringing Down the House libro de Ben Mezrich, : libro best seller basado en la experiencia del equipo de blackjack del MIT.

Generalmente caracterizado como una obra de no ficción, incluye nombres modificados, diálogos inventados, personajes complejos y descripciones alteradas de eventos en función de los fines narrativos.

Fuente de inspiración para la película Incluye una escena en la que Alan protagonizado por Zach Galifianakis , opuestamente a su comportamiento en general cómico, juega al blackjack, cuenta cartas y gana a lo grande de manera excepcional.

Muestra escenas de Reynolds ganando y perdiendo a lo grande al jugar al blackjack. Basada en la novela y el guion del famoso guionista William Goldman. Rain Man película, : película aclamada por la crítica, protagonizada por Dustin Hoffman y Tom Cruise.

Ganó cuatro Premios Oscar en mejor película, mejor guion original, mejor director Barry Levinson y mejor actor Hoffman. La historia narra un viaje de dos hermanos por todo el país; Hoffman es un autista prodigio institucionalizado y Cruise, un hombre brusco y egoísta que desconocía la existencia de su hermano.

Hacen una parada en Las Vegas, se hospedan en el Caesars Palace, donde Raymond el personaje de Hoffman usa sus habilidades matemáticas y mnemotécnicas para ganar jugando al blackjack. Kerry Packer , el multimillonario australiano del sector de los medios de comunicación, era conocido como el "Rey de las ballenas" en los casinos de todo el mundo entre los años y Las anécdotas de sus mayores victorias y pérdidas son en general incomprobables, pero solo en cuanto a detalles específicos.

En o o tal vez en ambos años , consiguió una victoria gigantesca en el blackjack en MGM Grand , Las Vegas, Nevada, EE. Según un informe publicado, la racha ganadora se desencadenó en solo 40 minutos. Su exitoso juego de casino se denunció como la causa del cierre de Aspinall en También era conocido por dar propinas exorbitantes, algo que confirmaron los ejecutivos de los casinos tras su muerte en Debido al recelo con el que los casinos tratan a los profesionales del blackjack, los jugadores de blackjack exitosos generalmente eluden el reconocimiento y la exposición pública, una práctica que hace difícil constatar sus logros, o incluso sus identidades.

Por ejemplo, el jugador y autor de libros best seller Ian Andersen Turning the Tables on Las Vegas , Burning the Tables on Las Vegas es completamente desconocido.

Durante aproximadamente 40 años, utilizó un seudónimo en sus escritos. Su foto jamás apareció en público. Incluso los profesionales y los "expertos" más importantes de la comunidad del blackjack no tienen idea de cómo es, de cómo se llama ni de cómo ponerse en contacto con él.

El jugador de blackjack y apostador deportivo australiano Zeljko Ranogajec es reconocido por ser el mayor jugador de casino del mundo. James Grosjean , un magnífico teorizador y profesional del blackjack, es uno de los representantes más polémicos de la industria editorial. Posteriormente, publicó de forma privada una edición ampliada, también conocida con el título Exhibit CAA , que incluye el anexo del libro original expuesto en una causa judicial en la que les ganó a varios casinos.

Supuestamente, únicamente solo las personas a las que conoce personalmente o que le fueron presentadas por fuentes confiables pueden comprar un ejemplar. Desde , Max Rubin ha organizado un evento anual llamado Blackjack Ball gala del blackjack. Celebrada en un lugar secreto, congrega a los jugadores de blackjack de la elite mundial en una noche de conversación y competencia, donde además se selecciona a un nuevo integrante para el Salón de la Fama del Blackjack.

No se permiten fotos. Los asistentes compiten en una estricta serie de pruebas de conocimiento técnico, habilidades de recuento de cartas, estrategias avanzadas e historias y curiosidades sobre la codiciada Grosjean Cup.

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By Fenris

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