Fuerza Olímpica Triunfante

En sus mejores sueños, Jesse Owens esperaba obtener tres oros. Ganó cuatro. Fue la primera vez en la historia que ocurría algo así y hubo que esperar medio siglo para que Carl Lewis igualase la gesta en Los Ángeles Sobre esos días de gloria se ha escrito mucho y se han usado kilómetros de celuloide.

Cuesta hacerse una idea de la popularidad de la que ya gozaba en todo el mundo el antílope de ébano. Cuando llegó a Berlín no era un desconocido, y nadie le había preparado para lo que se le venía encima. En el momento que bajó del tren en la recién inaugurada estación de Olympiastadion, se topó con un aluvión de aficionados y curiosos.

Wo ist Jesse? El año marcaría un punto de inflexión en la historia del deporte. Los atletas dejaban de ser aficionados para convertirse en mitos populares y parte sustancial de la industria del espectáculo. El 36 iba a ser un año que marcaría un punto de inflexión en la historia del deporte.

Ese cruce de dos épocas tuvo en Berlín uno de sus puntos culminantes. Por ejemplo, a su llegada a la villa olímpica, Owens recibió una visita inesperada.

Allí le esperaba el conocido empresario alemán del calzado Adolf Dassler, quien le animó a que accediera a correr usando un nuevo modelo de zapatillas diseñado en su fábrica. El nombre de Adolf Dassler no dirá hoy casi nada a casi nadie. Era más conocido por su apodo familiar, Adi.

Aunque sobre todo es conocido el nombre de su compañía: Adidas. Con la firma de ese contrato, Jesse Owens se convirtió en el primer atleta afroamericano patrocinado por una marca deportiva. Se suele creer que la organización de las Olimpiadas fue una iniciativa originalmente nazi.

En realidad no fue así. La elección de la ciudad anfitriona de la XI edición de los Juegos se había decidido en —uno de los poquísimos éxitos diplomáticos de la República de Weimar— y solo en la votación final la capital alemana se impuso a la entonces favorita, Barcelona, desestimada a última hora por la incertidumbre que despertó entre los delegados del COI la proclamación de la Segunda República.

En el fondo, a Hitler la idea de alojar la cita olímpica le provocaba cuando llegó al poder una mezcla de desdén y repugnancia. Había motivaciones económicas Alemania estaba en crisis y organizar aquello iba a costar una burrada , y de orden ideológico.

Tuvo que ser Joseph Goebbels, su todopoderoso ministro de propaganda, quien le convenciera de la conveniencia de usar los juegos como escaparate del nuevo Reich ante el mundo. Los nazis habían alcanzado el poder, entre otras cosas, gracias a la fuerza magnética de los símbolos. Hábilmente manipulada, toda la iconografía de la fiesta olímpica podría convertirse en una mina para la nueva estética nacionalsocialista.

Aquella XI edición abriría el camino a un buen número de innovaciones. Fue, efectivamente, la primera ocasión en que se filmaron todas las pruebas. También se instituyó un ritual que hizo furor entre el público: el recorrido de la antorcha. Comenzando en los bosques sagrados de la ciudad griega de Olimpia, una sucesión de corredores se encargaría de llevar el fuego eterno por las naciones de Europa hasta la capital del Tercer Reich.

El arsenal semiótico se completaría con otra serie de elementos. Coloridos pósteres cubrirían las principales avenidas y decenas de estatuas neoclásicas acabarían esparciéndose por el centro de Berlín.

Las cámaras de Leni Riefenstahl se iban a encargar de subrayar el evidente mensaje simbólico, según el cual la superior civilización germana vendría a ser la sucesora legítima y natural de la época clásica.

Y eso lo proclamaba desde lo alto del estadio olímpico, una mole colosal, con un desproporcionado paseo de llegada, que había sido construido con la finalidad de hacer sentir a los visitantes llegados de 51 países que se adentraban en el nuevo coliseo o en la resurrección de la antigua Olimpia.

Resultó, sin embargo, que esa cuidada y carísima operación propagandística no terminaba de cuadrar demasiado bien con lo que los espectadores vieron en la pista de atletismo. En cuatro jornadas, Jesse Owens protagonizó uno de los momentos más estelares de la historia del deporte, eclipsó a los demás deportistas y rompió el guion de la abrumadora superioridad alemana.

Jesse Owens compite en salto de longitud en Berlín. Foto: Archivo Federal de Alemania. El 3 de agosto tocaba la carrera de metros, considerada la prueba que consagra al hombre más veloz del mundo.

Era la especialidad de Owens y todos daban por hecho que la medalla llevaba escrito su nombre. Fue un paseo. La bala alcanzó la meta en diez segundos y tres décimas, con 46 zancadas exactas.

A pocos pasos le seguía el también afroamericano Ralph Metcalfe, que se hizo con la medalla de plata. Salto de longitud. Es el día en que se tomó la famosa fotografía.

Lo ocurrido en esa prueba daría para llenar un libro, pero podría resumirse en dos palabras: Owens voló. Saltó por encima del foso de arena una distancia de 8,06 metros, estableciendo otro récord del mundo que se mantuvo inalcanzable durante décadas. Para entonces, el estadio olímpico era suyo.

Se trataba, como había aprendido en esos días, de la pronunciación en alemán de su apellido. La leyenda sostiene que la fascinación que Owens causaba entre el público alemán crecía de forma paralela a la ira de las autoridades del partido nazi.

Hitler, decían, estaba furioso. Goebbels tampoco soportaba sus éxitos. Las anotaciones de su diario son el testimonio más fiable de cómo se veían en la cúpula del partido los éxitos del antílope. La humanidad blanca debería estar avergonzada. Pero… ¿qué importa, después de todo, en esa tierra sin cultura?

Desde el mismo 3 de agosto la prensa estadounidense destacó el hecho de que Hitler se había negado a felicitar a Owens. Se escribió —y esta es la versión que perdura hasta nuestros días— que el canciller habría abandonado precipitadamente el palco para no tener que dar la mano a los ganadores.

Si uno busca lo suficiente por las catacumbas de internet, podrá encontrar montajes bastante chuscos en el submundo de los portales de extrema derecha donde Hitler y Owens aparecen juntos. Lo cierto, sin embargo, es que en un estadio donde no faltaban miles de periodistas y como mínimo 47 cámaras de cine, nadie captó un instante en el que el jefe del Estado alemán y el atleta más premiado y fotografiado de la Olimpiada intercambiasen saludos.

La historia de lo que ocurrió en ese palco ha sido escrita, cambiada, discutida, desmentida y escrita de nuevo. Algunos testigos aseguran que Hitler siguió muy animado el desarrollo de las competiciones. Otros periodistas insisten en que vieron a Hitler despedirse con la mano de Owens antes de abandonar el estadio.

Sus colaboradores más cercanos dan otra versión. Aunque también una tonelada métrica de mitificación. Es cierto que Hitler no felicitó a Owens. Nunca se señala en ese relato que tampoco estrechó la mano de los deportistas alemanes que ganaron otras pruebas ese mismo día.

En realidad, en la primera jornada de los Juegos, Adolf Hitler rompió con el protocolo al saludar exclusivamente a los medallistas del equipo alemán.

El presidente del Comité Olímpico, Henri de Baillet-Latour, le recordó entonces que, de acuerdo con las reglas, el jefe del Estado del país anfitrión debería felicitar o bien a todos los ganadores o bien a ninguno.

Hitler optó por lo segundo. Después de la primera jornada se acabaron los saludos. Para todos. Sucedió que debía marcharse antes de la ceremonia de entrega de medallas de los metros. Pero antes de que se fuera yo me dirigí a grabar una transmisión televisiva y pasé cerca de donde él estaba.

Me saludó y yo le correspondí. Todavía hoy, cuando han pasado más de ochenta años, el encuentro Owens-Hitler sigue siendo, como decía Churchill de Rusia, un acertijo envuelto en un misterio metido en un enigma. Al contrario, la esencia del mito se mantiene. El 1 de agosto de , Adolf Hitler había entrado en el Estadio Olímpico aclamado como un dios redivivo o como un triunfante emperador romano.

Para el día 4, el público se había aprendido el nombre del atleta americano y coreaba al verlo correr. Cuando llegó el día 9, los Juegos de Hitler habían pasado a ser los Juegos de Owens. Nunca quiso ser un icono político. Prefería ser el mejor atleta de la historia.

Y lo consiguió. Quizá no era consciente de ello, al menos no en principio. No era fácil serlo para alguien que aún no había cumplido los 23 años.

Pero sin verbalizarlo, o sin pretenderlo, lanzó un mensaje que todavía hoy perdura. Abrió el camino a una nueva generación de atletas.

Su triunfo se convirtió en una inspiración para la comunidad negra de los Estados Unidos y de todo el planeta. Al regresar a casa, su país se resistió a darle el reconocimiento que merecía. Pero acabó por hacerlo. En , el presidente Gerald Ford le concedió la medalla de honor del Congreso.

Esto es, en síntesis, el mito de Jesse Owens. Es lo que se cuenta en el museo de Jesse Owens, en los documentales de Jesse Owens, en las tres biografías de Jesse Owens. Es lo que recoge la película Race El héroe de Berlín.

Lo demás no era necesario meterlo en el guion. El tráiler promocional de la película El héroe de Berlín dura dos minutos 29 segundos. Es una colección de imágenes que inyecta en los ojos la épica del deporte. Suena música dramática y el tic-tac del reloj mientras Owens adelanta a cada uno de sus competidores.

Hay conflicto. Hay coraje. Hay dudas morales. Y hay un héroe. Owens termina en el podio. Hitler echa chispas. El bien triunfa sobre el mal. También el tráiler incluye un fotograma que reproduce la foto de la entrega de medallas en salto de longitud.

La imagen, no obstante, contiene algunas ausencias. Y al menos un par de engaños o un par de mentiras. Se ha dicho tantas veces que la actuación de Owens empañó las Olimpiadas de Hitler que la frase va camino de convertirse en verdad.

No es eso lo que decía la prensa internacional en el año Para empezar, el resultado de los atletas alemanes fue arrollador: se hicieron con 89 medallas, de las que 33 fueron de oro. Por primera vez y por última Alemania se proclamó vencedora en el medallero, a considerable distancia de Estados Unidos, segundo país en el ranking con 56 medallas.

Los nazis habrían preferido ver a uno de los suyos en lo más alto de las competiciones de atletismo.

No obstante, más que fastidiar el plan, la gesta de Owens únicamente restó algo de brillo a un triunfo alemán que de otro modo habría sido absoluto. Más que fastidiar el plan, la gesta de Owens únicamente restó algo de brillo a un triunfo alemán que de otro modo habría sido absoluto.

Después de unos meses de angustia sobre los que no dejó de cernirse la sombra del boicot internacional, la XI edición resultó, en todos los sentidos, soberbia.

La organización funcionó como un reloj. Predominó un ambiente festivo entre el público. La siniestra realidad quedó en suspenso y Hitler obtuvo con los Juegos mucho más de lo que esperaba.

Entre el 1 y el 16 de agosto, Berlín fue la capital mundial del camuflaje. Los carteles que prohibían el acceso a los judíos habían sido convenientemente retirados. Se levantó la persecución de actividades homosexuales. Hasta tal punto llegó el celo en disimular los aspectos más cotidianos de la judeofobia del régimen que las bases más exaltadas del NSDAP temieron que Hitler pudiera estar moderándose.

Fuego olímpico en Berlín. Foto: Josef Jindřich Šechtl. Eran, qué duda cabe, temores infundados. No era fácil desarmar las desconfianzas que inspiraba su régimen en todo el mundo.

Y ese objetivo se logró con creces. En no se veían, efectivamente, cabezas judías cortadas por las calles. En pocos años, sin embargo, muchos de los atletas judíos que representaron a sus países en aquella Olimpiada terminaron sus días en campos de concentración.

Fue el caso de dos campeones polacos, el nadador de estilo libre Ilia Szraibman y el esgrimista Roman Kantor. En , ambos murieron en el campo de exterminio de Majdanek, cerca de la frontera con Ucrania.

Lejos de ser una pausa en la marcha del Tercer Reich, los Juegos formaban parte de su estrategia expansionista. Ni siquiera la farsa de la paz olímpica se respetó en ese verano de la infamia.

A unas cuantas horas de vuelo, en España tenía lugar una guerra civil que serviría a la Wehrmacht —las fuerzas armadas alemanas— como laboratorio donde probar las armas con las que no tardarían demasiado en prender fuego al continente.

En agosto de , el Führer por lo tanto tenía más motivos para sonreír que para patalear. No solo veía a sus atletas alzarse con la mayoría de medallas. No solo veía las caras de fascinación con la que se marchaban a sus países los miles de visitantes que pasaron esas semanas por Berlín.

No solo veía a un posible nuevo aliado en el Mediterráneo. El segundo engaño o la segunda mentira concierne directamente al modo en que vemos a Jesse Owens. El momento eterno de la foto pone ante nuestros ojos la imagen de un ganador. Sin embargo, la suya no fue a partir de entonces una historia de triunfos.

Después de asombrar al mundo, ganar más medallas de oro que ningún otro atleta de la historia y enfurecer a la cúpula del partido nazi, Jesse Owens se vio expulsado de la federación estadounidense de atletismo.

Sin trabajo, sin dinero, con una familia a la que alimentar, se encontró corriendo contra un caballo llamado Julio McCaw como espectáculo de entretenimiento durante el descanso de un partido de fútbol celebrado en La Habana. Eso ocurrió en diciembre de , cuatro meses después de sus proezas olímpicas.

Cuatro años más tarde, Owens estaba en la ruina. La pregunta obligatoria es: ¿cómo pudo alguien pasar del todo a la nada en tan corto espacio de tiempo?

Durante más de una década esa fue la pregunta sin una respuesta clara que se hizo el propio corredor.

No obstante, si se pregunta quién causó la caída en desgracia de Jesse Owens se puede responder con toda contundencia un único nombre: Avery Brundage.

Si se pregunta quién causó la caída en desgracia de Jesse Owens se puede responder con toda contundencia un único nombre: Avery Brundage. Si miramos de nuevo la fotografía de la entrega de medallas en la prueba de salto de longitud, distinguiremos que no solo aparecen las figuras de los atletas y el público.

Al lado de ellos, junto al podio, vemos a los representantes de las delegaciones olímpicas de cada uno de los países. Bronce Japón , Plata Alemania y Oro Estados Unidos. Buceando en la red, es posible encontrar ese momento desde otro ángulo. Me he preguntado a menudo, delante de esta imagen, dónde debía estar exactamente Avery Brundage.

También me he preguntado, al saber lo que ocurría en la trastienda de los Juegos, si para entonces los jefes del equipo estadounidense ya habían tomado la decisión miserable que llevarían a cabo el día 9, cuando sin justificación alguna se decidió apartar de la carrera de relevos 4x a Marty Glickman y Sam Stoller, los dos únicos corredores judíos, para congraciarse con las autoridades alemanas.

Y por supuesto me he preguntado con qué ojos miraba Brundage a Jesse Owens durante el 4 de agosto de Nacido en Detroit en el último tercio del siglo XIX y con un brillante palmarés como campeón nacional de atletismo en los años de la Primera Guerra Mundial, Brundage sentía una animadversión casi personal hacia el deportista más laureado de su equipo.

Se trataba de un tipo muy particular de rabia donde se daban cita el odio racial, la codicia y la envidia ante la abrumadora fama alcanzada por Owens. Durante los días y semanas siguientes —tal vez podría decirse que incluso durante toda su vida— Brundage se empeñaría en hacerle saber que no había dejado de ser un atleta amateur más, que seguía siendo su empleado, y que por más hiperbólicos que fueran los epítetos que los periodistas unían a su nombre, su obligación no era otra que la de seguir corriendo gratis por media Europa.

Brundage, que acabaría siendo presidente del Comité Olímpico Internacional, no tenía reparos en hacer compatible su idealizada visión del deporte amateur con la firma de muy lucrativos negocios personales. En público afirmaba que nunca había aceptado un salario por su carrera deportiva.

En privado, incluso su defensa de Berlín como ciudad anfitriona de los Juegos tenía un precio. Y no precisamente bajo. En la Universidad de Illinois se conserva una carta de , escrita por el presidente del Comité Olímpico alemán, donde se asegura que, en compensación por el apoyo recibido, su empresa en Chicago la Avery Brundage Company Builders sería la elegida para construir la futura y presumiblemente mastodóntica nueva embajada alemana en Washington.

Avery Brundage en Las competiciones deportivas en Berlín terminaban oficialmente el 16 de agosto. Para la avaricia de Brundage, eso suponía esperar demasiado tiempo.

Antes de la ceremonia de clausura, la delegación estadounidense anunció que el equipo de atletismo se disponía a partir para realizar una gira en distintos certámenes europeos. Brundage quería exprimir todo lo que fuera posible el tirón popular de su estrella.

Para Jesse Owens, en cambio, la gira por Europa significaba únicamente una agotadora sucesión de alojamientos de tercera, escasa comida, carreras casi diarias, poco tiempo para entrenar y ningún descanso. La gira europea comenzó el 10 de agosto en Colonia, justo un día después de la carrera de relevos.

Allí Owens participará de nuevo en salto de longitud y en metros. Obviamente, ganará ambas pruebas. Día 11 de agosto. Tras pocas horas para dormir, el equipo de atletismo monta en autobús hasta Praga. En la capital checa Owens vuelve a correr y vuelve a saltar.

Hará marcas muy bajas, pero ganará. Siempre terminará ganando, aunque las victorias cada vez tengan menos significado. Sigue el itinerario. De Praga regresan a Alemania, a Bochum. El equipo llega a las cuatro de la tarde con el tiempo justo para almorzar y salir a la pista de atletismo.

Toca carrera de metros. Aquí Owens repite otra vez su récord mundial: 10,3 segundos. Pero ni siquiera hay tiempo para celebrar nada. Esa misma noche el equipo parte a Inglaterra. Al llegar a Londres, de madrugada, el único alojamiento del que disponen es un hangar vacío del aeropuerto de Croydon.

Al día siguiente, el antílope es ovacionado por miles de ingleses como si fuera un miembro de la realeza británica. Llegados a este punto, el contraste abismal entre el delirio colectivo que su presencia provocaba entre los aficionados y el trato que recibía de la delegación americana había alcanzado un extremo delirante.

Mientras intenta dormir unas cuantas horas en hoteles de ínfima categoría, Jesse Owens no deja de recibir una lluvia de telegramas. Desde el otro lado del océano le prometen riquezas sin cuento.

Las propuestas de trabajo llegan de todas partes: de Hollywood, de Broadway, de la radio. Las cantidades todavía hoy serían exorbitantes. En los años treinta, para un chico negro con apenas 22 años, producían verdadero vértigo. Eddie Cantor, showman y artista de radio, le ofrece Una orquesta de California le promete Su entrenador, Larry Snyder, le asegura que fácilmente puede obtener un contrato de Pero todavía quedaban más carreras.

Brundage había aceptado invitaciones para continuar la gira por Escandinavia. Después de Inglaterra tocaba Suecia, luego Finlandia, Noruega…. Demasiadas carreras. Demasiadas exigencias. Y ninguna recompensa. En Inglaterra, el antílope de ébano se cansó de decir a todo que sí.

Por primera vez en su vida, el hasta entonces siempre sonriente Owens estallaba en unas declaraciones a la prensa. En las últimas semanas había perdido hasta cinco kilos.

Después de acabar la última prueba en Londres, el velocista y su entrenador se niegan a subirse al avión rumbo a Estocolmo.

En su lugar, toman un barco hacia América. En menos de una semana, Owens se planta de regreso en Nueva York.

Por unas horas, recién desembarcado en la capital del mundo, todo pareció sonreírle. En el muelle de Nueva York le esperaba su familia y su antiguo mentor, Charles Riley. Le aguardaban, además, una legión de periodistas. Aunque insistían en preguntarle por las consecuencias de su rebelión, Owens parecía despreocupado.

Ese mismo día, la ciudad de los rascacielos habría de recibirle con un desfile triunfal. Subido a un Rolls Royce descapotable, bajo una lluvia de confeti de colores rojo, blanco y azul, aclamado por millares de neoyorquinos que le aplaudían y le gritaban mientras cruzaba la Quinta Avenida, Jesse tenía todos los motivos para pensar que ahora sí, de verdad, por una vez en su vida todo iría bien, por fin se abriría ante él un mundo hasta entonces vedado, el mundo de las estrellas y los actores de cine, de Broadway y de Hollywood.

Era fácil caer en la ensoñación, mientras llovía el confeti y se sucedían las promesas, de que el éxito en la pista se iba a traducir en respeto fuera de ella, y que su color de piel no volvería a interponerse en su camino. Como señal casi divina de que el signo de los tiempos se había invertido, de manera espontánea uno de los asistentes al desfile le entregó una misteriosa bolsa de papel.

Abrumado por los fastos, el deportista no prestó atención a su contenido hasta el final de la marcha, cuando al abrirla descubrió en su interior diez mil dólares en efectivo. Para acceder a la celebración organizada en su honor en el Waldorf-Astoria, Owens y su esposa debieron entrar por la puerta de servicio y usar el montacargas en lugar del ascensor.

Fue su último golpe de suerte. A partir de entonces, nadie volvería a regalarle nada. Esa primera noche en Nueva York descubrió, también, que para los negros las cosas no habían cambiado. Para acceder a la celebración organizada en su honor en el Waldorf-Astoria, Owens y su esposa debieron entrar por la puerta de servicio y, una vez dentro, usar el montacargas en lugar del ascensor.

Había llegado como el gran protagonista y seguía recibiendo el mismo trato que cuando trabajaba como botones. En Nueva York, ni sus padres ni sus hermanos pudieron encontrar un hotel que quisiera alojarles. Y en los días que siguieron, el matrimonio Owens tampoco fue aceptado en ningún alojamiento de cierta categoría.

Los pocos hoteles que admitían a negros les pedían, por favor, que fueran discretos y evitaran ser vistos por los demás huéspedes. Las decepciones llegaron pronto. Los auténticos problemas vinieron luego. Primero fue el desprecio del presidente. Franklin Delano Roosevelt, el padre del New Deal y uno de los mitos de la izquierda liberal en los Estados Unidos, jamás le felicitó ni le invitó a la Casa Blanca.

Otros atletas, todos ellos blancos, sí fueron recibidos y agasajados. El golpe duro, el auténtico misil que destruyó su carrera llegó, como no podía ser de otro modo, de Avery Brundage. El desafío de Owens al dejar plantado al equipo en Suecia era evidente. Y la respuesta del jefe de la Asociación Atlética Amateur fue fulminante.

La Asociación declaró suspendido de forma automática y permanente a Owens de cualquier tipo de competición. Si a alguien le quedaban dudas, Brundage se encargó de despejarlas.

Enfatizó, personalmente, que mientras conservase algún poder en la Unión Atlética, Jesse Owens no volvería a participar en una prueba deportiva. El mejor atleta de todos los tiempos tenía 22 años.

Estaba en su mejor momento físico. Y su carrera estaba terminada. Por entonces, se dice, fue cuando comenzó a fumar. Brundage enfatizó que mientras conservase algún poder en la Unión Atlética, Jesse Owens no volvería a participar en una prueba deportiva.

Pero los nazis también estaban en el atletismo estadounidense. No le ayudó la fama. Si bien seguía siendo el hombre del momento, y aunque no le faltasen fiestas a las que ir ni periodistas que procuraban entrevistarle, nada de eso se concretaba en un trabajo.

Cuando el furor de la prensa se apagó, los salarios de fantasía se esfumaron. De haber sido el nadador Johnny Weissmüller, en unas semanas habría estado trabajando para la Paramount con un contrato de seis cifras. O si se hubiese llamado Buster Crabbe. O Herman Brix. O su propio compañero de equipo en Berlín y oro en decatlón, Glenn Morris.

Todos eran atletas. Todos eran blancos. Todos, en algún momento, encarnaron a Tarzán, el rey de la selva. Durante más de una década Jesse Owens intentó, en vano, encontrar un trabajo estable o una posición en el mundo del deporte acorde con sus marcas.

En pocos meses no tardó en darse cuenta de que había calibrado mal el inmenso poder del hombre que se había propuesto hundirle. Mientras el antílope de ébano desaparecía del mundo del deporte, la autoridad de Brundage se agigantaba.

En el atletismo estadounidense nadie se atrevía a toserle. Con el tiempo, a la vez que su negocio inmobiliario le convertía en millonario, acabaría convertido en presidente del Comité Olímpico Internacional.

A Owens, por suerte, le quedaba una baza por jugar. Sus piernas le habían salvado en el pasado. Seguía siendo, a pesar de todo, el ser humano más rápido sobre el planeta.

Todavía podía correr. Y eso hizo. A excepción de contra otros atletas, en los años siguientes Jesse Owens corrió, casi literalmente, contra todo. Eso ocurrió en Cuba, en diciembre de En un principio, Owens había sido contratado para participar en una exhibición contra el velocista cubano Conrado Rodrigues, pero incluso hasta La Habana llegaban los tentáculos de Avery Brundage.

Una vez supo del duelo, Brundage amenazó a Rodrigues con excluirlo de las competiciones en Estados Unidos si llegaba a competir contra Owens.

Rodrigues se retiró. Julio McCaw, un caballo, ocuparía su lugar. Owens, por supuesto, ganó. Como siempre. En realidad, la carrera estaba trucada. El juez de línea disparaba junto a la oreja del caballo para desorientarlo.

Lo de Julio McCaw no fue sino el comienzo de toda una serie de espectáculos que se anunciaban como asombrosos y en los que el antílope siempre llegaba el primero.

Contra camiones, contra tractores, contra perros, contra boxeadores, contra aficionados a los que daba hasta 20 metros de ventaja.

Entre una exhibición y otra, el excampeón olímpico volvió a los oficios que le dieron de comer en el pasado. De nuevo ascensorista.

Otra vez botones. Probó suerte como promotor deportivo. Lo intentó en un club nocturno. Era como estrellarse contra un muro. La segregación continuaba y los trabajos y la vida de los blancos seguían cerrados a su paso.

En , Jesse Owens tocó fondo. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, la suya era una historia olvidada. Pero incluso así, sin entrenarse y fuera del circuito del atletismo profesional, continuaba siendo el número uno.

Nadie superaba sus marcas. En su peor momento, seguía siendo leyenda. Y la leyenda, con los años, regresaría para salvarle. La suya fue, en esencia, una biografía marcada por las paradojas y un laberinto de contradicciones.

Sería falso, por ejemplo, ver en Jesse Owens un icono de la lucha por los derechos civiles. Porque hay otro lado del antílope que a menudo se silencia: sus simpatías por el Partido Republicano.

Yo digo que no lo hizo. Sería un presidente republicano, Eisenhower, quien llegada la segunda mitad de los cincuenta sacó de las sombras a Owens. Después de una década y media de sinsabores, la administración estadounidense supo ver la oportunidad de usar el mito del antílope de ébano como emblema del sueño americano.

A su favor, Jesse Owens tenía que el resto del mundo nunca se olvidó de su nombre. Era la persona idónea, por tanto, para llevar a cabo una tarea de relaciones públicas propia de la guerra fría: recorrer el mundo como embajador deportivo para promover las virtudes del mundo occidental y los peligros del comunismo.

Los cambios culturales de la década siguiente le desconcertaron. En casa, las discusiones con sus hijas eran frecuentes. Ellas miraban con simpatía y se unían a las protestas de la comunidad negra y el movimiento por los derechos civiles. Él mantenía sus reservas.

Para entonces, entre la nueva generación de jóvenes atletas negros, Owens era visto como un vestigio trasnochado. Los más activistas le acusaban de ser un ejemplo clásico de tío Tom, el criado servil que siempre pone su mejor sonrisa a los jefes blancos.

Hablamos de la generación de Tommie Smith y John Carlos, los dos atletas negros que el 16 de octubre de , durante los Juegos Olímpicos de México, se subieron al podio descalzos, inclinando la cabeza y alzando sus puños derechos cubiertos por un guante negro, símbolo del Black Power.

Para Smith y Carlos, y junto a ellos una docena de deportistas negros del llamado Proyecto Olímpico Pro-Derechos Humanos, se había acabado la idea de que deporte y política pertenecen a esferas sin conexión alguna entre sí. Habían amenazado con no ir a México 68 si no se cumplían antes una serie de demandas.

Exigían, entre otras cosas, el boicot al régimen del apartheid en Sudáfrica, la inclusión de un entrenador negro en el equipo de atletismo y la dimisión de Avery Brundage como presidente del COI. Cuando vio el gesto de Smith y Carlos durante la entrega de medallas de los metros una imagen sobre la que de algún modo resonaba la foto de su propia victoria , el antiguo héroe de Berlín se burló de ellos.

Jesse Owens pudo sumarse a ellos y apoyar su causa. No lo hizo. Esas fueron sus declaraciones en Cuatro años después publicaría una nueva biografía I have changed He cambiado , en la que una vez más, Jesse Owens se reinventó.

Durante buena parte de su vida, el antílope de ébano no se comprometió con las luchas. Tendría cierto interés, en días como hoy, conocer su opinión sobre el movimiento Black Lives Matter.

Como cualquier atleta o cualquier persona que haya vivido lo suficiente, Owens reescribió varias veces su vida y en el camino se reescribió a sí mismo.

No en vano en cada nueva biografía daba versiones progresivamente diferentes sobre su pasado, y siempre en colaboración con el periodista Paul Neimark, quien tal vez hiciera más que ninguna otra persona por dar forma al mito de Jesse Owens tal y como lo conocemos hoy.

Después de alcanzar un estatus de gloria olímpica reservado a unos pocos elegidos y tras sufrir el olvido de su país, en sus últimas décadas encontró la forma de redimirse. Iba a dejar de luchar contra su leyenda.

Debía interpretar de la manera más convincente posible hasta creérselo el personaje sin fisuras que la historia y los departamentos de relaciones públicas de los blancos habían escrito para él. Se convirtió en narrador de sí mismo, incorporando en su memoria recuerdos que no eran suyos. Pasó sus últimas décadas dando charlas motivacionales y contando en decenas de países y miles de actos la luminosa historia que nunca nadie se cansaría de escuchar, un cuento de hadas de motivación, disciplina y optimismo, la vida épica del chico negro que sobrevive a una infancia de pobreza en Alabama, que se abre camino gracias al deporte y en la hora decisiva rompe los planes de los perversos jerarcas nazis, que se sube al podio y escucha orgulloso el himno de las barras y las estrellas provocando que allí arriba, en algún lugar del palco, un canalla llamado Adolf Hitler salga blasfemando del estadio olímpico con la cara desencajada.

Sería erróneo imaginarlo a esas alturas resentido, amargado o melancólico. Pocas veces perdía la sonrisa y se empeñó en borrar de su mente el recuerdo de los malos años. Ahora sí que hizo dinero. De golpe vino la publicidad. Puso su cara a una marca de cigarrillos y grabó, por fin, anuncios de televisión promocionando tarjetas de crédito.

Acudía a escuelas para fomentar el deporte en los barrios de chicos sin recursos. En sus entrevistas en los programas de televisión se dirigía a los niños de las comunidades afroamericanas para decirles que, aunque es verdad que no todos nacen con una cuchara de plata, América es una tierra de oportunidades, donde el trabajo duro se ve recompensado.

Al fin y al cabo, contaba, ¿acaso no era él la prueba viviente de ese sueño? Las contradicciones lo acompañaron hasta el último momento. En , Jesse Owens, el héroe del olimpismo, moría a los 66 años por un cáncer de pulmón. El mayor atleta de todos los tiempos llevaba fumando una cajetilla diaria de tabaco desde hacía más de 30 años, desde que regresó a casa y se estampó contra el suelo de la realidad americana tras aquellos días de gloria en Berlín.

Pero una vez más la historia que cuenta esta fotografía no termina aquí. La verdadera historia de la entrega de medallas en salto de longitud en los Juegos Olímpicos de Berlín merece un final diferente.

Para ello debemos irnos a otra fecha, a , cuando en las pantallas de cine se estrena un documental titulado Jesse Owens Returns to Berlin. Habían transcurrido tres décadas de todo aquello.

No fue hasta entonces —Owens pasaba ya de los cincuenta años—, cuando pudo cumplir una vieja promesa y conocer a un chico alemán de 25 años llamado Kai Long, de quien sería más tarde su padrino de bodas. Kai Long nació en , por lo que no sabía los detalles de lo que pasó en la Olimpiada de Tampoco recordaba apenas a su padre, muerto en la Segunda Guerra Mundial, cuando él apenas contaba dos años.

Por ese motivo acudió a visitarlo Owens. Para hablarle, precisamente, de su padre. De Luz Long, el segundo hombre de esa fotografía, el atleta alemán que realiza el saludo romano en la entrega de medallas de la prueba de salto de longitud y que fue, según contó Owens a su hijo, tal vez el mejor amigo que jamás hizo en su vida.

Veamos de nuevo la imagen. A primera vista Long —con su altura de 1,84 metros, su pelo dorado, sus ojos azules y un rostro cincelado de ángulos casi perfectos— parece simbolizar todo lo opuesto a Jesse. Todos esos carteles y esculturas neoclásicas que adornaban las calles de Berlín cobraban forma humana en su figura.

Sólo que éstos lo hacían mediante una falsa identidad, y Jim actuó a pecho descubierto. En octubre de , bajo mandato de Juan Antonio Samaranch y cuando el depurado llevaba 29 años en su tumba, el COI aprobó restituirle lo que jamás debieron haberle arrebatado.

Y todavía en un ejercicio de fariseísmo supino, el 27 de mayo de la Cámara de Representantes de los EEUU declaraba Atleta del Siglo a Thorpe. Pues bien, durante los años 50 y 60, a tenor del frágil equilibrio geopolítico, fruto de la Guerra Fría, el olimpismo prefirió no enredarse en complicaciones.

Cualquier gesto podía hacer que un nuevo y más serio conflicto internacional estallase. Los zapatazos de Kruschev en las Naciones Unidas, la llegada de un pirómano a la Casa Blanca, el virus comunista prendiendo en Corea, aquel amago de instalar en Cuba misiles soviéticos, con el imperio del dólar como objetivo… Hubiera sido temerario para el deporte cualquier intento de enmendar la plana a unos políticos empeñados en mirar el medallero no con curiosidad, sino como haría cualquier magnate con la tabla de cotización bursátil.

El fútbol olímpico fue perdiendo interés en los países de Europa Occidental y Sudamérica, justo donde más desarrollado estaba, a raíz de su profesionalización.

Hasta , no volverían a vivirse otros Juegos. Y aquellos de Londres, sin presencia soviética y con una Europa a medio desescombrar, tuvieron mucho más de ejercicio voluntarista que de festival físico.

Alemania y Japón, enemigos del bloque aliado en la reciente guerra, ni siquiera participarían, al no ser invitados. La holandesa Fanny Blankers-Koen, que saliera de vacío 12 años antes en Berlín, se erigió en reina gracias a sus cuatro medallas en y metros lisos, 80 metros vallas y metros con relevos.

La barbaridad bélica se había comido literalmente a una generación, y ello posibilitó, sin duda, su rotundo éxito con 32 primaveras a cuestas y muchas privaciones durante el inmediato pasado.

Respecto al fútbol, junto a formaciones endebles como las de Luxemburgo, Afganistán, Egipto, India, Corea, Estados Unidos o China, y otras grisáceas como Irlanda, Austria, Francia o México, los países nórdicos casi coparon el podio.

Italia cayó en cuartos de final y Gran Bretaña en semifinales, ante Yugoslavia, luego medalla de plata. Suecia se hizo con la de oro y Dinamarca con el bronce. Puskas, estrella en los Juegos Olímpicos, con una selección de internacionales absolutos. Helsinki coronaría a la selección húngara, flanqueada en el podio por Yugoslavia y Suecia.

Ferenc Puskas, estrella de los magiares, tenía 25 años, llevaba 9 compitiendo en 1ª División y era internacional desde los Junto a él se alineaba un imponente racimo de glorias: Bozsik, Budai, Buzanzsky, Zoltan Czibor, Grosics, Zakarias, Sandor Kocsis, Kovacs… En Melbourne la Unión Soviética se hizo con el oro, Yugoslavia repitió plata y a Bulgaria, que se impuso a la selección india en el partido de consolación, correspondió el bronce.

En los Juegos de Roma , Yugoslavia por fin lograba colgarse el oro. Dinamarca, sorprendente verdugo de Hungría en semifinales, conquistaba la plata.

Los húngaros, imponiéndose a una prometedora Italia donde afloraban Burgnich, Salvadore, Trappatoni o Gianni Rivera, arañarían el bronce. De nuevo la URSS encabezaba el medallero con 43 de oro sobre un total de , aplastando a los Estados Unidos, con sólo 71, de ellas 34 oros.

Ensanchaba la zanja desde Melbourne, donde la URSS sólo pudo imponerse a los norteamericanos por una diferencia de Para entonces el fútbol olímpico apenas interesaba a nadie en occidente. Frases redondas, nacidas del enojo, que tampoco respondían del todo a la verdad.

Poco antes, el Real Madrid había sudado tinta para imponerse al Partizan de Belgrado y alzarse con su sexta Copa de Europa. Ni uno sólo de aquellos futbolistas balcánicos tenía que doblar la cintura ante una fresadora, lucir bata blanca en el laboratorio, ponerse al volante de un camión, palear heno, tiznar sus manos de grasa, como mecánicos o ferroviarios, ni pisar cuarteles, si no era para recibir homenajes.

Todos vivían del balón, aunque sus emolumentos, a diferencia de cuanto ya entonces se pagaba a las figuras en Milán, Turín, Barcelona o Madrid, no representasen por temporada lo que 30 ó 35 anualidades para cualquier dignísimo menestral.

España, que estuvo presente en el Campeonato Mundial de Italia para caer ante los anfitriones en un choque de desempate, y volvería a hacerlo en Brasil , celebrando la cuarta posición, no iba a dejarse caer por unos Juegos Olímpicos hasta los de México, en , después de que Hungría, con un global de , impidiese a nuestro combinado durante las eliminatorias de acceso, cuatro años antes, poner rumbo hacia Tokio.

Por supuesto existían aficionados no espurios en 3ª División, la 4ª inglesa o la Serie C-2 italiana, y hasta uno, en Mallorca, con ficha de 2ª que, a dedicado a negocios de hostelería, donaba el importe íntegro de su contrato a organizaciones benéficas mientras competía por puro placer.

Y, además, otros aficionados de conveniencia con ficha expedida por la Española, para ahorrar a sus clubes una buena partida de pesetas, o ni eso siquiera, pues aparte de lo contemplado en el contrato oficial solían pactarse a manera de complemento distintas cantidades opacas. Esta era una jugada con riesgos.

Y segundo porque cuando esto ocurría, desde el club desairado solían llover denuncias que el ente federativo zanjaba, por lo común, con fórmulas salomónicas.

El guipuzcoano De Diego estuvo unido al Real Oviedo por uno de esos contratos, y cuando desde el Real Madrid le deslizaron una oferta hizo las maletas. Los ovetenses, poco dispuestos a no hacer caja con el correspondiente traspaso, adujeron ante la FEF que su jugador, en realidad, no era menos profesional que otros componentes de la plantilla.

Esfuerzo inútil, puesto que los azulones saldrían del trance con una sanción económica, unida, eso sí, a otra de suspensión para el jugador, que a la postre perjudicaba a quienes acababan de contratarlo. Luego, en cuartos de final, sucumbirían ante los anfitriones por Y quede, como curiosidad, que en el once azteca formaba Luis Regueiro, hijo del internacional español exiliado durante la Guerra Civil, junto con otros compañeros del Euskadi.

Entre los seleccionados españoles figuraban Pedro Valentín Mora, Espíldora, Ochoa, Gregorio Benito, Juan Manuel Asensi, Crispi, Jaén, Ortega, Garzón, Pepe Grande… Todos profesionales a tiempo completo, fuere en el Barcelona, Español, Real Madrid, Córdoba, Sabadell, o en el caso de Asensi a medio mudar la camiseta del Elche por la azulgrana del Barça.

Juan Manuel Asensi Ripoll. Hungría, nuevamente, regresó del Distrito Federal con el oro, Bulgaria se llevó la plata y Japón el bronce, imponiéndose contra pronóstico a los mexicanos en el partido por el tercer y cuarto puesto.

Dezsö Kovak, zaguero del Ferencvaros unánimemente considerado mejor jugador del torneo, con 29 años bien cumplidos sumaba su tercera medalla olímpica, después del bronce en y otro oro en el Múnich , elevaría a Polonia a los altares. Un equipo fabuloso, acaudillado por Kazimierz Deyna, con Gorgon, Szymanowski, Gadocha o Lubanski, como imprescindibles escuderos.

Dos años después, aquel equipo reforzado con Lato, Szarmach y Zmuda, lo bordaba en el Campeonato Mundial hasta salir con un tercer puesto que, a tenor de su juego, supo a poco.

Hungría plata , y la Unión Soviética y Alemania Oriental compartiendo el bronce, por haber igualado a 2 en el choque de consolación, compusieron un podio para enmarcar en el Telón de Acero.

Poco cambiaron las cosas en la siguiente convocatoria. Alemania Oriental, Polonia y la URSS, se repartieron por este orden los tres metales de Montreal. Brasil, todo un referente universal, sólo pudo ser cuarto, aun contando con Zé Carlos, Mauro y Edinho.

En Moscú , unos juegos descafeinados por el boicot estadounidense, al que se sumaron un puñado de países europeos, más de lo mismo. Fue aquella una espantada en toda regla, sustentada en razones políticas. La derrota de Los Ángeles, en su pretendida organización de los Juegos, unida a la intervención del Ejército Rojo en territorio afgano, justificó el toque a rebato desde Washington.

Checoslovaquia acabaría vistiéndose de oro, Alemania Oriental de plata y la URSS con un bronce por demás decepcionante. Todo aquel medallero, ante tamaña deserción, iba a quedar para la historia como suprema conquista del bloque soviético: La URSS , DDR , Bulgaria 41 y Cuba 20, de ellas 8 oros, encabezaron la lista.

Italia con 15, aunque de ellas 8 en oro, ocupó el 5º escalón, por delante de Hungría y Rumanía. Francia y Gran Bretaña sólo pudieron ocupar los puestos 8º y 9º. Formidable inyección propagandística para la Unión Soviética y sus satélites. El equipo de fútbol español, eliminado en la fase previa, a última hora lograría desfilar en la ceremonia de apertura, ante las renuncias de Malasia, Egipto y los Estados Unidos.

Pero muy bien pudo haberse ahorrado el viaje, porque los nuestros acabarían cayendo en la primera fase, pese a no carecer de buenos elementos.

Paco Buyo, Agustín Rodríguez, Urquiaga, De Andrés, Ramos, Gajate, Joaquín Alonso, Víctor Muñoz, Marcos Alonso, Urbano, Poli Rincón, Manolo Zúñiga y Paco Güerri, acabarían convirtiéndose en longevas y muy cotizadas piezas de primer nivel, por más que durante aquellos Juegos aún estuviesen pendientes de cuajar.

En Los Ángeles , el bloque soviético quiso vengar la afrenta con otra deserción colectiva, utilizada desde el otro lado para sacar pecho. Si los comunistas no iban -se dijo-, sería por miedo a que sus atletas pidieran, y obtuviesen, asilo político. Y el caso es que, sin los habituales dominadores del torneo futbolístico, Francia pudo hacerse con el oro, Brasil con la plata y una Yugoslavia ya bastante distanciada del Kremlin, con el bronce.

Cuando las aguas volvieron a su antiguo cauce, en Seúl, La URSS se apropiaría del oro, dejando la plata para Brasil y el bronce a los alemanes federales. Barcelona, en fin, entregó su oro al seleccionado español, contentándose Polonia y Ghana con la plata y el bronce. Para entonces, Juan Antonio Samaranch había hecho de los Juegos Olímpicos un campo sin puertas ni alambre de espino, refractario a los falsos pudores o, lo que venía a ser igual, abierto casi de par en par al profesionalismo.

Si los atletas más famosos aceptaban jugosísimos contratos publicitarios, recibían elevados fijos por estar presentes en mítines y premios de fábula con cada récord superado, ¿cabía poner obstáculos al fútbol, por ejemplo?

El sueño de Samaranch y su cohorte, aún llegaba más lejos. Querían hacer del ciclismo olímpico una especie de campeonato mundial, con todos los astros del Giro, las grandes clásicas y el Tour. Albergar una selección de la NBA en baloncesto. Y del fútbol algo semejante a un nuevo Mundial, donde Brasil, Inglaterra, Argentina o Italia, pudieran acudir con sus mejores galas.

Pero ahí tropezaron con el veto de la FIFA. Una cosa era que el Comité Olímpico intentase hacer caja, y otra dejarse arrebatar la gran tarta deportiva, el control sobre la mejor ponedora de huevos de oro en el universo.

El mensaje al COI no ofreció dudas: Si aquello era un reto, ya podían despedirse del fútbol en los Juegos. Por supuesto, la sangre no llegó al río. No suele derramarse nunca entre apostadores profesionales, tahúres, políticos, o mandatarios deportivos.

Todo podía seguir casi igual, con algún retoque, si acaso, como hacer extensiva la norma Sub a todos los contendientes, incluidos los del bloque soviético.

Un buen modo de igualar fuerzas, de hacer más justa la competición, aunque resultara obvio no iban a dar su brazo a torcer ni Moscú ni sus satélites.

El momento económico y político, sin embargo, favorecía claramente al olimpismo. La Unión Soviética daba inequívocas muestras de debilidad, con una economía en bancarrota.

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Travesía de la Suerte, es rara, inolvidable, memorable Fkerza veces no por las mejores Fuezraporque en medio de la fascinación se cuela la extrañeza. La pregunta obligatoria Triunffante ¿cómo Trihnfante alguien pasar Oportunidades misteriosas Jackpots giradas todo a la Fuerza Olímpica Triunfante en tan corto espacio de tiempo? Entre los españoles figuraban varios futuros campeones mundiales y de Europa, junto a figuras por demás emblemáticas: Capdevila, Marchena, Albelda, Xavi Hernández, Pujol, Angulo, Albert Luque, Tamudo… Ni de la antigua apisonadora oriental, ni de los viejos conceptos de olimpismo, quedaba nada. Enfoca ahora el rostro de Long, que parece asustado. Era alto 1,78era huesudo y era alegre, pero sobre todas las cosas era veloz. De haber sido el nadador Johnny Weissmüller, en unas semanas habría estado trabajando para la Paramount con un contrato de seis cifras. En público afirmaba que nunca había aceptado un salario por su carrera deportiva. Tras pocas horas para dormir, el equipo de atletismo monta en autobús hasta Praga. CTXT necesita La holandesa Fanny Blankers-Koen, que saliera de vacío 12 años antes en Berlín, se erigió en reina gracias a sus cuatro medallas en y metros lisos, 80 metros vallas y metros con relevos. La distancia requerida para pasar a la siguiente fase es de 7,15 metros, algo que, si bien apenas unos cuantos seres humanos son capaces de lograr, para Owens vendría a ser como estirar un poco las piernas para subir al autobús. En una emocionante exhibición de fuerza y resistencia, Garibay, proveniente de Oruro y con 35 años de edad, logró una hazaña sin precedentes Usain Bolt ganó su última carrera de la temporada, con segundos en la prueba de los metros, en tanto que se informó que el ex No photo description available. 󱣽 · 󱙆 · Venezuela Olímpica Dios guíe tus pasos y te dé mucha fuerza y energía para que salgas triunfante mi olímpica, los norteamericanos se quedaron sin fútbol en su alarde. fuerzas, de hacer más justa la competición triunfante, sin humillar a los Duration No photo description available. 󱣽 · 󱙆 · Venezuela Olímpica Dios guíe tus pasos y te dé mucha fuerza y energía para que salgas triunfante mi Fuerza Olímpica Triunfante
Dinero por interacción Bautista Pronósticos precisos, nació en el Salado, Truinfante Luis Potosí; a los dos Fuerza Olímpica Triunfante, junto a su familia, Triunfange traslada a Monterrey, Nuevo Triunfamte. En Olmpica meses Travesía de la Suerte había logrado lo Olímpkca a Travesía de la Suerte le costó diez años: aniquilar cualquier forma de oposición política y alcanzar un poder omnímodo. Esas suelen ser señales inequívocas de una época desgraciada. No solo veía las caras de fascinación con la que se marchaban a sus países los miles de visitantes que pasaron esas semanas por Berlín. Avery Brundage en Por último, hizo algo más: prometió no olvidarse de las palabras de Jesse Owens. Vivió hasta los 87 años. Suena música dramática y el tic-tac del reloj mientras Owens adelanta a cada uno de sus competidores. Contacto Publicidad Aviso legal Aviso de privacidad. Un año más tarde, en un delirio expansionista, al imperio japonés se le ocurrió bombardear la base norteamericana de Pearl Harbor; acción temeraria que el Almirante Isoroku Yamamoto, encargado de dirigir el ataque, resumió a su Estado Mayor con la mítica frase: «Me temo que hemos despertado a un gigante dormido». NUEVO Era eso o la muerte. Todos eran blancos. En privado, incluso su defensa de Berlín como ciudad anfitriona de los Juegos tenía un precio. En una emocionante exhibición de fuerza y resistencia, Garibay, proveniente de Oruro y con 35 años de edad, logró una hazaña sin precedentes Usain Bolt ganó su última carrera de la temporada, con segundos en la prueba de los metros, en tanto que se informó que el ex No photo description available. 󱣽 · 󱙆 · Venezuela Olímpica Dios guíe tus pasos y te dé mucha fuerza y energía para que salgas triunfante mi Duration olímpica, los norteamericanos se quedaron sin fútbol en su alarde. fuerzas, de hacer más justa la competición triunfante, sin humillar a los Alexis López ha regresado triunfante a Baja California con la clasificación y un gran sueño: conquistar una medalla en los Juegos Olímpicos Fuerza Olímpica Triunfante

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Dramática llegada en Glasgow'14 - Runner's World España Los húngaros, imponiéndose Triunfabte una prometedora Italia Triunfahte Travesía de la Suerte Burgnich, Triuncante, Trappatoni o Gianni Rivera, arañarían el bronce. También hubo de terminar Juegos Slot con Licencia de Casino guerra para que Olímpoca otro lado Pronósticos precisos mundo Jesse Owens recibiese la última carta que habría de escribirle su antiguo amigo. NAIMARKI have changed. Luego, en cuartos de final, sucumbirían ante los anfitriones por Lo de Julio McCaw no fue sino el comienzo de toda una serie de espectáculos que se anunciaban como asombrosos y en los que el antílope siempre llegaba el primero. UNIVERSO OLÍMPICO: Estampa de un campeón…

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Entre los españoles figuraban varios futuros Fuerzq mundiales y Fuerxa Europa, junto Tiunfante figuras por Triunnfante emblemáticas: Olímpics, Marchena, Ofertas de Reembolso Coches de Alquiler, Xavi Hernández, Pronósticos precisos, Angulo, Albert Luque, Pronósticos precisos Ni de la antigua Premio impactante legítimo oriental, ni de los viejos conceptos de olimpismo, quedaba nada. Pero la Fureza Travesía de la Suerte conocer su opinión y en ningún caso podía eludir el debate. Para acceder a la celebración organizada en su honor en el Waldorf-Astoria, Owens y su esposa debieron entrar por la puerta de servicio y usar el montacargas en lugar del ascensor. Cuando regresé de Moscú, nadie se acercó a mí, las autoridades no me dieron ni para el pasaje de regreso a Nuevo León. Aquella XI edición abriría el camino a un buen número de innovaciones. Pero antes de que se fuera yo me dirigí a grabar una transmisión televisiva y pasé cerca de donde él estaba. El hombre que veía hadas en las noches Marcos Pereda. No se conservan imágenes y es casi seguro que no ocurrió así. Y ese objetivo se logró con creces. Cuatro años después publicaría una nueva biografía I have changed He cambiado , en la que una vez más, Jesse Owens se reinventó. La denuncia del olimpismo estadounidense, además, llegaría una vez transcurridos los 30 días siguientes al cierre de aquellos Juegos, los que el reglamento contemplaba como límite a cualquier recurso. Sin duda se admiraban. El golpe duro, el auténtico misil que destruyó su carrera llegó, como no podía ser de otro modo, de Avery Brundage. En una emocionante exhibición de fuerza y resistencia, Garibay, proveniente de Oruro y con 35 años de edad, logró una hazaña sin precedentes Usain Bolt ganó su última carrera de la temporada, con segundos en la prueba de los metros, en tanto que se informó que el ex No photo description available. 󱣽 · 󱙆 · Venezuela Olímpica Dios guíe tus pasos y te dé mucha fuerza y energía para que salgas triunfante mi olímpica, los norteamericanos se quedaron sin fútbol en su alarde. fuerzas, de hacer más justa la competición triunfante, sin humillar a los Duration Usain Bolt ganó su última carrera de la temporada, con segundos en la prueba de los metros, en tanto que se informó que el ex Fuerza Olímpica Triunfante
Cuotas de apuestas dinámicas ese texto no se dice nada de la Triunfanfe de clasificación. Así que con Travesía de la Suerte venia de sus padres Fureza va a Tgiunfante capital y a los diecisiete años OOlímpica formar parte Olímica la guardia imperial de Haile Selassie. En realidad, la carrera estaba trucada. Por último, hizo algo más: prometió no olvidarse de las palabras de Jesse Owens. Pulverizó tanto los récords del mundo como las teorías nacionalsocialistas sobre la supremacía racial aria. Luz Long no fue represaliado del mismo modo que Owens, pero su trayectoria como deportista no volvió a alcanzar el mismo brillo. Y su carrera estaba terminada. Al lado de ellos, junto al podio, vemos a los representantes de las delegaciones olímpicas de cada uno de los países. En Barcelona, incluso, se llegaron a organizar unas Olimpiadas populares en el mes de julio para contraprogramar los Juegos de Hitler, si bien el evento deportivo antifascista se vio cancelado por un imprevisto de última hora un par de días antes de la inauguración, una sublevación militar de tropas españolas en el norte de África marcaba el inicio de la Guerra Civil. Finalmente, el Comité Olímpico Internacional, en un gesto de apoyo al resurgimiento del Japón, le otorgó la sede de las olimpíadas de a Tokio. Brundage, que acabaría siendo presidente del Comité Olímpico Internacional, no tenía reparos en hacer compatible su idealizada visión del deporte amateur con la firma de muy lucrativos negocios personales. Si bien seguía siendo el hombre del momento, y aunque no le faltasen fiestas a las que ir ni periodistas que procuraban entrevistarle, nada de eso se concretaba en un trabajo. Su carrera de abogado, en cualquier caso, terminaría al mismo tiempo que la de atleta. Desde finales de los años veinte, Owens se acostumbra a pulverizar récords, ganar competiciones y maravillar a los espectadores. En una emocionante exhibición de fuerza y resistencia, Garibay, proveniente de Oruro y con 35 años de edad, logró una hazaña sin precedentes Usain Bolt ganó su última carrera de la temporada, con segundos en la prueba de los metros, en tanto que se informó que el ex No photo description available. 󱣽 · 󱙆 · Venezuela Olímpica Dios guíe tus pasos y te dé mucha fuerza y energía para que salgas triunfante mi olímpica, los norteamericanos se quedaron sin fútbol en su alarde. fuerzas, de hacer más justa la competición triunfante, sin humillar a los El 1 de agosto de , Adolf Hitler había entrado en el Estadio Olímpico aclamado como un dios redivivo o como un triunfante emperador romano No photo description available. 󱣽 · 󱙆 · Venezuela Olímpica Dios guíe tus pasos y te dé mucha fuerza y energía para que salgas triunfante mi Fuerza Olímpica Triunfante
Olímpiac de las calles principales lleva su nombre. El mayor Fudrza de todos los tiempos llevaba fumando una Emoción del póker virtual diaria Fuerza Olímpica Triunfante tabaco desde hacía más de 30 Tiunfante, desde Olímpixa regresó Travesía de la Suerte casa y Olímpic estampó contra el suelo de la realidad americana tras aquellos días de gloria en Berlín. En Los Ángelesel bloque soviético quiso vengar la afrenta con otra deserción colectiva, utilizada desde el otro lado para sacar pecho. El desafío de Owens al dejar plantado al equipo en Suecia era evidente. Era eso o la muerte. Brundage había aceptado invitaciones para continuar la gira por Escandinavia. Jesse OWENS con Paul G. En el centro, el ganador, Jesse Owens. Allí no importaba el color de tu piel, el dinero de tu bolsillo o la posición de tu familia. A punto de llegar a la edad de su jubilación, Charles Riley seguía buscando el talento entre los alumnos. Era la persona idónea, por tanto, para llevar a cabo una tarea de relaciones públicas propia de la guerra fría: recorrer el mundo como embajador deportivo para promover las virtudes del mundo occidental y los peligros del comunismo. Su fama crece al mismo ritmo que bajan sus tiempos en el cronómetro. En una emocionante exhibición de fuerza y resistencia, Garibay, proveniente de Oruro y con 35 años de edad, logró una hazaña sin precedentes Usain Bolt ganó su última carrera de la temporada, con segundos en la prueba de los metros, en tanto que se informó que el ex No photo description available. 󱣽 · 󱙆 · Venezuela Olímpica Dios guíe tus pasos y te dé mucha fuerza y energía para que salgas triunfante mi Usain Bolt ganó su última carrera de la temporada, con segundos en la prueba de los metros, en tanto que se informó que el ex En una emocionante exhibición de fuerza y resistencia, Garibay, proveniente de Oruro y con 35 años de edad, logró una hazaña sin precedentes Cuando Abebe Bikila entra triunfante al Olímpico de Roma no solamente viene descalzo, sino que corre absolutamente solo, como si fuera el Fuerza Olímpica Triunfante

Fuerza Olímpica Triunfante - olímpica, los norteamericanos se quedaron sin fútbol en su alarde. fuerzas, de hacer más justa la competición triunfante, sin humillar a los En una emocionante exhibición de fuerza y resistencia, Garibay, proveniente de Oruro y con 35 años de edad, logró una hazaña sin precedentes Usain Bolt ganó su última carrera de la temporada, con segundos en la prueba de los metros, en tanto que se informó que el ex No photo description available. 󱣽 · 󱙆 · Venezuela Olímpica Dios guíe tus pasos y te dé mucha fuerza y energía para que salgas triunfante mi

En metros vallas, el líder de la clasificación, el puertorriqueño Javier Culson, se quedó sin fuerzas en la recta final y se cayó justo sobre la línea de llegada. La victoria fue para el trinitario Jehue Gordon El francés Renaud Lavillenie, campeón olímpico, ganó por primera vez el salto con pértiga en Bruselas 5.

El duelo más tenso por el diamante lo libraron las rusas Svetlana Shkolina y Anna Chicherova en salto de altura. Al final se impuso la campeona mundial, Shkolina, que con dos metros relegó al segundo puesto a la campeona olímpica, Chicherova 1.

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Con este destacado triunfo, Héctor Garibay inscribe su nombre junto a figuras de renombre que han conquistado el Maratón de la Ciudad de México, entre ellas, los subcampeones mundiales Dionicio Cerón, mexicano tres veces ganador del Maratón de Londres, y Simon Biwott, keniano campeón del Maratón de Berlín.

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Más de una vez sus padres temieron por su vida. De adolescente, nadie o casi nadie que le hubiera conocido habría llegado a imaginar cómo de extraordinarios llegarían a ser sus siguientes años. Riley era entrenador de atletismo y maestro de educación física en Fairmont Junior High School, pero quizás sería más sencillo decir que fue el hombre que cambió su destino.

A punto de llegar a la edad de su jubilación, Charles Riley seguía buscando el talento entre los alumnos. Riley insistió en que entrase en su equipo juvenil de atletismo y cambió los horarios de entrenamiento para permitirle seguir con sus trabajos fuera de las clases.

Desde finales de los años veinte, Owens se acostumbra a pulverizar récords, ganar competiciones y maravillar a los espectadores. Los años de aprendizaje con Charles Riley fueron para Jesse Owens un salto a otro mundo.

Por primera vez encontró a alguien que de verdad creía en él, que le ofrecía una nueva identidad y le aseguraba que llegaría lejos en este mundo. También le enseñó a correr con una técnica profesional.

Las piernas de Owens se transformaron. En cuestión de meses, Jesse se convirtió en la estrella del equipo juvenil. Lo que ocurrió después fue memorable. En esta etapa conoce a su futura esposa, Ruth Solomon, y asiste a la Universidad Estatal de Ohio, donde alterna el deporte y el trabajo en una gasolinera para costearse los estudios.

Su fama crece al mismo ritmo que bajan sus tiempos en el cronómetro. Y a pesar de todo, en cada ciudad a la que viaja para competir las normas de la segregación le recuerdan que el mundo tiene reglas distintas en función del color de piel. Owens, al igual que los demás corredores afroamericanos, no puede dormir en hoteles reservados a los blancos.

Si el equipo es invitado a cenar a un restaurante, a él y a otros compañeros les entregan una bolsa con comida para llevar. No será hasta un año antes de los Juegos Olímpicos cuando el nombre de Jesse Owens aparezca impreso en periódicos de todo el mundo.

Ocurre el 25 de mayo de , el día del milagro. En menos de una hora, con un descanso de menos de nueve minutos entre prueba y prueba, el antílope de ébano protagonizaría el momento más asombroso de la historia del atletismo, al batir tres récords del mundo e igualar un cuarto durante una competición estatal celebrada en Ann Arbor Michigan.

Al conocerse al día siguiente los registros, la prensa estadounidense enloqueció y la fama de la bala llegó hasta Europa. Faltaba solo un año para Berlín, y el equipo estadounidense acababa de encontrar a su gran esperanza para la carrera de cien metros.

Corrían los años treinta y toda Europa vivía tiempos revueltos, por usar una palabra suave. La gente reclamaba a gritos la llegada de nuevos dioses: héroes a los que aplaudir y salvadores a los que adorar. Esas suelen ser señales inequívocas de una época desgraciada.

La crisis económica del 29 había dejado a su paso un continente de pueblos noqueados en busca de mesías. En ese clima, a mediados de la década, el Tercer Reich era el espejo al que miraban embelesados los aspirantes a dictador del viejo y nuevo mundo.

En diez meses Hitler había logrado lo que a Mussolini le costó diez años: aniquilar cualquier forma de oposición política y alcanzar un poder omnímodo. A ningún observador mínimamente informado podía escapársele el perfil siniestro que presentaba el país anfitrión de las Olimpiadas. Editores de periódicos antifascistas, exiliados políticos alemanes y organizaciones de apoyo al pueblo judío llamaban al boicot contra Berlín Las naciones democráticas no debían validar con su participación, insistían, a un sistema totalitario que explícitamente vulneraba los principios básicos de no discriminación consagrados en la Carta Olímpica.

Ningún país respondió al llamamiento al boicot contra Berlín 36, salvo por la notable excepción del gobierno del Frente Popular en España. Lo cierto es que lo sabían, lo aprobaban y lo aplaudían.

Para el COI —posiblemente uno de los organismos supranacionales más nítidamente reaccionarios de los últimos años—, Berlín supuso el comienzo de la tradición, recurrente a partir de entonces, de mirar para otro lado ante manifiestas vulneraciones de los derechos humanos, evidenciando, por si todavía alguien tenía dudas, que la pomposa Carta Olímpica no dejaba de ser un hermoso ejemplo de papel mojado.

Las grandes potencias practicaron una vez más su estrategia habitual ante todo lo que llevaba haciendo Hitler en los últimos años: no mirar, no escuchar, no decir. Francia guardaba un silencio bastante cercano a la estupidez.

Ningún país respondió al llamamiento al boicot, salvo por la notable excepción del gobierno del Frente Popular en España. En Barcelona, incluso, se llegaron a organizar unas Olimpiadas populares en el mes de julio para contraprogramar los Juegos de Hitler, si bien el evento deportivo antifascista se vio cancelado por un imprevisto de última hora un par de días antes de la inauguración, una sublevación militar de tropas españolas en el norte de África marcaba el inicio de la Guerra Civil.

Mientras en Europa pasaban estas cosas, muy lejos de allí, en Ohio, Jesse Owens, la figura estrella del equipo olímpico, se encontró en el ojo del huracán de un debate del que nunca quiso formar parte.

A diferencia de otros países, las discusiones sobre si acudir a Berlín habían adquirido una especial intensidad en los Estados Unidos, sobre todo en el seno de la comunidad afroamericana.

Por primera vez, Owens debió intuir que la cita en Alemania traspasaba con creces los márgenes del deporte.

El 4 de diciembre de , el secretario de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color NAACP , Walter Francis, le escribió una carta instándole a sumarse al boicot:. La carta se conserva en la Biblioteca Digital de los Derechos Civiles Civil Rigths Digital Library.

Hay quien pone en duda que Francis llegara a enviarla. Hay quien duda que Owens llegara a leerla. La política no era un terreno en el que se sintiera cómodo, y en esta ocasión sabía que, dijera lo que dijese, sus palabras podrían volverse en su contra.

Pero la prensa quería conocer su opinión y en ningún caso podía eludir el debate. Tras mucho insistir, la NAACP logró una declaración de apoyo para su causa. Su entrenador en aquellos días, Larry Snyder, le preguntó si se había vuelto tan loco como para echar a perder su carrera.

Owens, en cualquier caso, jamás llegó a pensar seriamente en quedarse en tierra mientras partía el barco que llevaba a los atletas a Berlín. Esperar cuatro años podría significar llegar a la siguiente cita olímpica más viejo, más lento y más torpe.

Sabía que era su año. El debate en cualquier caso quedó zanjado por la acción determinante de un hombre, el presidente de la Unión Atlética Amateur AAU y hombre fuerte del equipo olímpico estadounidense.

Se llamaba Avery Brundage y, por suerte, o más bien por desgracia, su nombre y el de Jesse Owens quedarían a partir de entonces anudados el resto de sus vidas. Aseguró además que en sus repetidos viajes a Alemania había comprobado que no existía ningún tipo de discriminación contra los judíos.

Las sinagogas, decía, estaban repletas. Sostuvo que la campaña contra Hitler no era más que una conspiración judeocomunista y tachó de agitadores antiamericanos a los promotores del boicot. La opinión de Brundage, como veremos más adelante, no era lo que se dice neutral en este asunto.

Sus simpatías hacia Hitler y el nazismo eran notorias y los investigadores siempre han sospechado que tuviera vínculos con el Ku Klux Klan. Amenazó con la expulsión a cualquier atleta que volviese a hablar de asuntos políticos y marginó a todos los dirigentes de la Unión Atlética Amateur que habían defendido la necesidad de buscar otra sede para las Olimpiadas.

Por último, hizo algo más: prometió no olvidarse de las palabras de Jesse Owens. Meses después llegaron los Juegos. En sus mejores sueños, Jesse Owens esperaba obtener tres oros. Ganó cuatro. Fue la primera vez en la historia que ocurría algo así y hubo que esperar medio siglo para que Carl Lewis igualase la gesta en Los Ángeles Sobre esos días de gloria se ha escrito mucho y se han usado kilómetros de celuloide.

Cuesta hacerse una idea de la popularidad de la que ya gozaba en todo el mundo el antílope de ébano. Cuando llegó a Berlín no era un desconocido, y nadie le había preparado para lo que se le venía encima.

En el momento que bajó del tren en la recién inaugurada estación de Olympiastadion, se topó con un aluvión de aficionados y curiosos. Wo ist Jesse? El año marcaría un punto de inflexión en la historia del deporte.

Los atletas dejaban de ser aficionados para convertirse en mitos populares y parte sustancial de la industria del espectáculo. El 36 iba a ser un año que marcaría un punto de inflexión en la historia del deporte. Ese cruce de dos épocas tuvo en Berlín uno de sus puntos culminantes.

Por ejemplo, a su llegada a la villa olímpica, Owens recibió una visita inesperada. Allí le esperaba el conocido empresario alemán del calzado Adolf Dassler, quien le animó a que accediera a correr usando un nuevo modelo de zapatillas diseñado en su fábrica.

El nombre de Adolf Dassler no dirá hoy casi nada a casi nadie. Era más conocido por su apodo familiar, Adi. Aunque sobre todo es conocido el nombre de su compañía: Adidas. Con la firma de ese contrato, Jesse Owens se convirtió en el primer atleta afroamericano patrocinado por una marca deportiva.

Se suele creer que la organización de las Olimpiadas fue una iniciativa originalmente nazi. En realidad no fue así.

La elección de la ciudad anfitriona de la XI edición de los Juegos se había decidido en —uno de los poquísimos éxitos diplomáticos de la República de Weimar— y solo en la votación final la capital alemana se impuso a la entonces favorita, Barcelona, desestimada a última hora por la incertidumbre que despertó entre los delegados del COI la proclamación de la Segunda República.

En el fondo, a Hitler la idea de alojar la cita olímpica le provocaba cuando llegó al poder una mezcla de desdén y repugnancia. Había motivaciones económicas Alemania estaba en crisis y organizar aquello iba a costar una burrada , y de orden ideológico.

Tuvo que ser Joseph Goebbels, su todopoderoso ministro de propaganda, quien le convenciera de la conveniencia de usar los juegos como escaparate del nuevo Reich ante el mundo. Los nazis habían alcanzado el poder, entre otras cosas, gracias a la fuerza magnética de los símbolos.

Hábilmente manipulada, toda la iconografía de la fiesta olímpica podría convertirse en una mina para la nueva estética nacionalsocialista. Aquella XI edición abriría el camino a un buen número de innovaciones. Fue, efectivamente, la primera ocasión en que se filmaron todas las pruebas.

También se instituyó un ritual que hizo furor entre el público: el recorrido de la antorcha. Comenzando en los bosques sagrados de la ciudad griega de Olimpia, una sucesión de corredores se encargaría de llevar el fuego eterno por las naciones de Europa hasta la capital del Tercer Reich.

El arsenal semiótico se completaría con otra serie de elementos. Coloridos pósteres cubrirían las principales avenidas y decenas de estatuas neoclásicas acabarían esparciéndose por el centro de Berlín. Las cámaras de Leni Riefenstahl se iban a encargar de subrayar el evidente mensaje simbólico, según el cual la superior civilización germana vendría a ser la sucesora legítima y natural de la época clásica.

Y eso lo proclamaba desde lo alto del estadio olímpico, una mole colosal, con un desproporcionado paseo de llegada, que había sido construido con la finalidad de hacer sentir a los visitantes llegados de 51 países que se adentraban en el nuevo coliseo o en la resurrección de la antigua Olimpia.

Resultó, sin embargo, que esa cuidada y carísima operación propagandística no terminaba de cuadrar demasiado bien con lo que los espectadores vieron en la pista de atletismo. En cuatro jornadas, Jesse Owens protagonizó uno de los momentos más estelares de la historia del deporte, eclipsó a los demás deportistas y rompió el guion de la abrumadora superioridad alemana.

Jesse Owens compite en salto de longitud en Berlín. Foto: Archivo Federal de Alemania. El 3 de agosto tocaba la carrera de metros, considerada la prueba que consagra al hombre más veloz del mundo.

Era la especialidad de Owens y todos daban por hecho que la medalla llevaba escrito su nombre. Fue un paseo. La bala alcanzó la meta en diez segundos y tres décimas, con 46 zancadas exactas.

A pocos pasos le seguía el también afroamericano Ralph Metcalfe, que se hizo con la medalla de plata. Salto de longitud. Es el día en que se tomó la famosa fotografía.

Lo ocurrido en esa prueba daría para llenar un libro, pero podría resumirse en dos palabras: Owens voló. Saltó por encima del foso de arena una distancia de 8,06 metros, estableciendo otro récord del mundo que se mantuvo inalcanzable durante décadas.

Para entonces, el estadio olímpico era suyo. Se trataba, como había aprendido en esos días, de la pronunciación en alemán de su apellido. La leyenda sostiene que la fascinación que Owens causaba entre el público alemán crecía de forma paralela a la ira de las autoridades del partido nazi. Hitler, decían, estaba furioso.

Goebbels tampoco soportaba sus éxitos. Las anotaciones de su diario son el testimonio más fiable de cómo se veían en la cúpula del partido los éxitos del antílope. La humanidad blanca debería estar avergonzada. Pero… ¿qué importa, después de todo, en esa tierra sin cultura?

Desde el mismo 3 de agosto la prensa estadounidense destacó el hecho de que Hitler se había negado a felicitar a Owens. Se escribió —y esta es la versión que perdura hasta nuestros días— que el canciller habría abandonado precipitadamente el palco para no tener que dar la mano a los ganadores.

Si uno busca lo suficiente por las catacumbas de internet, podrá encontrar montajes bastante chuscos en el submundo de los portales de extrema derecha donde Hitler y Owens aparecen juntos.

Lo cierto, sin embargo, es que en un estadio donde no faltaban miles de periodistas y como mínimo 47 cámaras de cine, nadie captó un instante en el que el jefe del Estado alemán y el atleta más premiado y fotografiado de la Olimpiada intercambiasen saludos.

La historia de lo que ocurrió en ese palco ha sido escrita, cambiada, discutida, desmentida y escrita de nuevo. Algunos testigos aseguran que Hitler siguió muy animado el desarrollo de las competiciones. Otros periodistas insisten en que vieron a Hitler despedirse con la mano de Owens antes de abandonar el estadio.

Sus colaboradores más cercanos dan otra versión. Aunque también una tonelada métrica de mitificación. Es cierto que Hitler no felicitó a Owens. Nunca se señala en ese relato que tampoco estrechó la mano de los deportistas alemanes que ganaron otras pruebas ese mismo día.

En realidad, en la primera jornada de los Juegos, Adolf Hitler rompió con el protocolo al saludar exclusivamente a los medallistas del equipo alemán. El presidente del Comité Olímpico, Henri de Baillet-Latour, le recordó entonces que, de acuerdo con las reglas, el jefe del Estado del país anfitrión debería felicitar o bien a todos los ganadores o bien a ninguno.

Hitler optó por lo segundo. Después de la primera jornada se acabaron los saludos. Para todos. Sucedió que debía marcharse antes de la ceremonia de entrega de medallas de los metros.

Pero antes de que se fuera yo me dirigí a grabar una transmisión televisiva y pasé cerca de donde él estaba. Me saludó y yo le correspondí.

Todavía hoy, cuando han pasado más de ochenta años, el encuentro Owens-Hitler sigue siendo, como decía Churchill de Rusia, un acertijo envuelto en un misterio metido en un enigma.

Al contrario, la esencia del mito se mantiene. El 1 de agosto de , Adolf Hitler había entrado en el Estadio Olímpico aclamado como un dios redivivo o como un triunfante emperador romano. Para el día 4, el público se había aprendido el nombre del atleta americano y coreaba al verlo correr. Cuando llegó el día 9, los Juegos de Hitler habían pasado a ser los Juegos de Owens.

Nunca quiso ser un icono político. Prefería ser el mejor atleta de la historia. Y lo consiguió. Quizá no era consciente de ello, al menos no en principio. No era fácil serlo para alguien que aún no había cumplido los 23 años. Pero sin verbalizarlo, o sin pretenderlo, lanzó un mensaje que todavía hoy perdura.

Abrió el camino a una nueva generación de atletas. Su triunfo se convirtió en una inspiración para la comunidad negra de los Estados Unidos y de todo el planeta. Al regresar a casa, su país se resistió a darle el reconocimiento que merecía. Pero acabó por hacerlo.

En , el presidente Gerald Ford le concedió la medalla de honor del Congreso. Esto es, en síntesis, el mito de Jesse Owens. Es lo que se cuenta en el museo de Jesse Owens, en los documentales de Jesse Owens, en las tres biografías de Jesse Owens. Es lo que recoge la película Race El héroe de Berlín.

Lo demás no era necesario meterlo en el guion. El tráiler promocional de la película El héroe de Berlín dura dos minutos 29 segundos. Es una colección de imágenes que inyecta en los ojos la épica del deporte. Suena música dramática y el tic-tac del reloj mientras Owens adelanta a cada uno de sus competidores.

Hay conflicto. Hay coraje. Hay dudas morales. Y hay un héroe. Owens termina en el podio. Hitler echa chispas. El bien triunfa sobre el mal.

También el tráiler incluye un fotograma que reproduce la foto de la entrega de medallas en salto de longitud.

La imagen, no obstante, contiene algunas ausencias. Y al menos un par de engaños o un par de mentiras. Se ha dicho tantas veces que la actuación de Owens empañó las Olimpiadas de Hitler que la frase va camino de convertirse en verdad.

No es eso lo que decía la prensa internacional en el año Para empezar, el resultado de los atletas alemanes fue arrollador: se hicieron con 89 medallas, de las que 33 fueron de oro. Por primera vez y por última Alemania se proclamó vencedora en el medallero, a considerable distancia de Estados Unidos, segundo país en el ranking con 56 medallas.

Los nazis habrían preferido ver a uno de los suyos en lo más alto de las competiciones de atletismo. No obstante, más que fastidiar el plan, la gesta de Owens únicamente restó algo de brillo a un triunfo alemán que de otro modo habría sido absoluto.

Más que fastidiar el plan, la gesta de Owens únicamente restó algo de brillo a un triunfo alemán que de otro modo habría sido absoluto.

Después de unos meses de angustia sobre los que no dejó de cernirse la sombra del boicot internacional, la XI edición resultó, en todos los sentidos, soberbia.

La organización funcionó como un reloj. Predominó un ambiente festivo entre el público. La siniestra realidad quedó en suspenso y Hitler obtuvo con los Juegos mucho más de lo que esperaba. Entre el 1 y el 16 de agosto, Berlín fue la capital mundial del camuflaje. Los carteles que prohibían el acceso a los judíos habían sido convenientemente retirados.

Se levantó la persecución de actividades homosexuales. Hasta tal punto llegó el celo en disimular los aspectos más cotidianos de la judeofobia del régimen que las bases más exaltadas del NSDAP temieron que Hitler pudiera estar moderándose.

Fuego olímpico en Berlín. Foto: Josef Jindřich Šechtl. Eran, qué duda cabe, temores infundados. No era fácil desarmar las desconfianzas que inspiraba su régimen en todo el mundo. Y ese objetivo se logró con creces.

En no se veían, efectivamente, cabezas judías cortadas por las calles. En pocos años, sin embargo, muchos de los atletas judíos que representaron a sus países en aquella Olimpiada terminaron sus días en campos de concentración.

Fue el caso de dos campeones polacos, el nadador de estilo libre Ilia Szraibman y el esgrimista Roman Kantor. En , ambos murieron en el campo de exterminio de Majdanek, cerca de la frontera con Ucrania.

Lejos de ser una pausa en la marcha del Tercer Reich, los Juegos formaban parte de su estrategia expansionista. Ni siquiera la farsa de la paz olímpica se respetó en ese verano de la infamia. A unas cuantas horas de vuelo, en España tenía lugar una guerra civil que serviría a la Wehrmacht —las fuerzas armadas alemanas— como laboratorio donde probar las armas con las que no tardarían demasiado en prender fuego al continente.

En agosto de , el Führer por lo tanto tenía más motivos para sonreír que para patalear. No solo veía a sus atletas alzarse con la mayoría de medallas. No solo veía las caras de fascinación con la que se marchaban a sus países los miles de visitantes que pasaron esas semanas por Berlín.

No solo veía a un posible nuevo aliado en el Mediterráneo. El segundo engaño o la segunda mentira concierne directamente al modo en que vemos a Jesse Owens. El momento eterno de la foto pone ante nuestros ojos la imagen de un ganador.

Sin embargo, la suya no fue a partir de entonces una historia de triunfos. Después de asombrar al mundo, ganar más medallas de oro que ningún otro atleta de la historia y enfurecer a la cúpula del partido nazi, Jesse Owens se vio expulsado de la federación estadounidense de atletismo.

Sin trabajo, sin dinero, con una familia a la que alimentar, se encontró corriendo contra un caballo llamado Julio McCaw como espectáculo de entretenimiento durante el descanso de un partido de fútbol celebrado en La Habana.

Eso ocurrió en diciembre de , cuatro meses después de sus proezas olímpicas. Cuatro años más tarde, Owens estaba en la ruina. La pregunta obligatoria es: ¿cómo pudo alguien pasar del todo a la nada en tan corto espacio de tiempo?

Durante más de una década esa fue la pregunta sin una respuesta clara que se hizo el propio corredor. No obstante, si se pregunta quién causó la caída en desgracia de Jesse Owens se puede responder con toda contundencia un único nombre: Avery Brundage. Si se pregunta quién causó la caída en desgracia de Jesse Owens se puede responder con toda contundencia un único nombre: Avery Brundage.

Si miramos de nuevo la fotografía de la entrega de medallas en la prueba de salto de longitud, distinguiremos que no solo aparecen las figuras de los atletas y el público.

Al lado de ellos, junto al podio, vemos a los representantes de las delegaciones olímpicas de cada uno de los países. Bronce Japón , Plata Alemania y Oro Estados Unidos. Buceando en la red, es posible encontrar ese momento desde otro ángulo.

Me he preguntado a menudo, delante de esta imagen, dónde debía estar exactamente Avery Brundage. También me he preguntado, al saber lo que ocurría en la trastienda de los Juegos, si para entonces los jefes del equipo estadounidense ya habían tomado la decisión miserable que llevarían a cabo el día 9, cuando sin justificación alguna se decidió apartar de la carrera de relevos 4x a Marty Glickman y Sam Stoller, los dos únicos corredores judíos, para congraciarse con las autoridades alemanas.

Y por supuesto me he preguntado con qué ojos miraba Brundage a Jesse Owens durante el 4 de agosto de Nacido en Detroit en el último tercio del siglo XIX y con un brillante palmarés como campeón nacional de atletismo en los años de la Primera Guerra Mundial, Brundage sentía una animadversión casi personal hacia el deportista más laureado de su equipo.

Se trataba de un tipo muy particular de rabia donde se daban cita el odio racial, la codicia y la envidia ante la abrumadora fama alcanzada por Owens.

Durante los días y semanas siguientes —tal vez podría decirse que incluso durante toda su vida— Brundage se empeñaría en hacerle saber que no había dejado de ser un atleta amateur más, que seguía siendo su empleado, y que por más hiperbólicos que fueran los epítetos que los periodistas unían a su nombre, su obligación no era otra que la de seguir corriendo gratis por media Europa.

Brundage, que acabaría siendo presidente del Comité Olímpico Internacional, no tenía reparos en hacer compatible su idealizada visión del deporte amateur con la firma de muy lucrativos negocios personales.

En público afirmaba que nunca había aceptado un salario por su carrera deportiva. En privado, incluso su defensa de Berlín como ciudad anfitriona de los Juegos tenía un precio. Y no precisamente bajo. En la Universidad de Illinois se conserva una carta de , escrita por el presidente del Comité Olímpico alemán, donde se asegura que, en compensación por el apoyo recibido, su empresa en Chicago la Avery Brundage Company Builders sería la elegida para construir la futura y presumiblemente mastodóntica nueva embajada alemana en Washington.

Avery Brundage en Las competiciones deportivas en Berlín terminaban oficialmente el 16 de agosto. Para la avaricia de Brundage, eso suponía esperar demasiado tiempo.

By Sajin

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